martes, enero 17, 2017

Apuntes sobre "Si te abrazo, no tengas miedo"

A finales de octubre me enfermé. Tuve un reposo largo. A mi alrededor muchos decían: al menos tendrás tiempo para leer. Las ganas de ejercer la lectura llegaron casi finalizando el reposo. Sin embargo, decidí tomar un libro "ligero": una novela llamada "Si te abrazo, no tengas miedo" del escritor italiano Fulvio Ervas. Este libro lo empecé a leer en Librería Kalathos en una de mis visitas pero llegó a mi casa más tarde, gracias a mi hermana.

La novela abre con las siguientes frases:

"Hay viajes en los que nunca te marchas cuando te vas.
Te marchas antes.
A veces mucho antes."

Palabras que me han acompañado desde mi enfermedad.

La historia es sobre un viaje que hacen dos personajes: Franco, el padre de un niño autista, y Andrea, su hijo autista. La maestría de la novela radica en cómo con palabras simples se nos dibuja el mundo de Andrea: sus colores, su sentir desenfrenado y el humor necesario para sobrellevar una situación a la que los otros no están acostumbrados.

“Me dan ganas de reír si pienso en lo que pasaría si el mundo estuviera bajo el control de Andrea.
Para empezar, las semanas serían de un color. En la semana del rojo, el comercio de zanahorias, naranjas y tomates tendría vía libre.”,
dice Franco, intentando acercarnos el mundo de su hijo.

Es una novela plagada de viajes: el viaje que ocurre dentro del texto, el viaje interior de cada uno de sus protagonistas (esa selva oscura de la que habla Dante al inicio de La Divina Comedia), un viaje por el autismo y el viaje del lector que también, por ser un buen libro, se va transformando mientras lee.

Una novela publicada por la Editorial Planeta en 2013

Terrestre aprendo a ser 

Hay una conversación entre ambos protagonistas, ya hacia el final, donde Andrea dice: “Mundo paralelo es el autismo tengo que aprender de terrestres”, su padre le dice: “Y tú… ¿No eres un terrestre?”, él contesta "TERRESTRE APRENDO A SER" [mayúsculas mías].

Eso, esa ansiedad por la tierra,  hizo resonancia: ese asunto de sentirnos parte, un poco la terredad montejiana; quizás con la gran diferencia de que no todos somos pájaro, no siempre hay canto o capacidad de vuelo, a veces es atadura nuestra condición terrestre.

Algunas veces el papá, con todas las dificultades que su rol paterno implica, desea ser como el hijo, tener esa ligereza de ver el mundo distinto, desde arriba, con una consciencia más profunda del infinito, como diría Montejo: “Estar aquí en la tierra: no más lejos/ que un árbol, no más inexplicables;/ livianos en otoño, henchidos en verano,/con lo que somos o no somos”. De alguna manera, Andrea, en ese mundo ajeno, puede comprender eso, puede entender la terredad y ansiarla.

Evras también alude a la soledad, no sólo a la soledad de quien quiere ser terrestre ni de quienes padecen una enfermedad como parientes del paciente, algo que poco se toca en otras historias y que cuando se hace suele ser amargo; es la soledad individual que se va transformando en la soledad del mundo. Lo que sucede cuando dejamos de gustarnos y nos encerramos, la prisión mental que no permite que nos acerquemos a los otros y que estemos siempre alertas para no repetir patrones, quizás tan alertas que nos perdemos de demasiadas cosas.

Hay una carta con un mensaje bastante optimista que, quizás dentro del contexto de la novela no parezca suficiente, pero que en momentos de enfermedad, de dureza y de ganas de renunciar, en momentos como estos, es necesario recordar:

“Si te amas a ti misma, amas la vida, y la vida nunca nos deja solos. Cansados, a veces, pero nunca solos”.
Resultó que tanta ligereza me dejó encantada. La novela funciona para hacer compañía, para compartir entre lo simple y lo difícil, y encontrar, entre tanto camino recorrido, un poco de serenidad. 


domingo, octubre 09, 2016

París es siempre una buena idea


"París es siempre una buena idea" es una novedad de la editorial Planeta, publicada en español en el 2016 y escrita por Nicolas Barreau (una especie de escritor fantasma o producto comercial). Es la historia de amor de Rosaline Laurent y Robert Sherman. 




Lo que me llevo a leer esta novela, con su título súper rosa, fue que estoy de acuerdo con esa frase: París es siempre una buena idea; necesitaba volver a un libro que pudiera leer con placer (algo tan ajeno en estos últimos meses) y cuya sinopsis, metalitetaria, me sedujo por completo.

El inicio de la novela no decepciona: Rosalie es un personaje femenino distinto a las famme fatale que aparecen en muchas novelas pero también muy similar a estos personajes femeninos en apariencia débiles que terminan sorprendiendo gratamente. Una chica que podía ser yo, con sus preferencias por el arte, su carácter romántico y risueño y su amor por los croissants. Luego aparece un escritor de libros infantiles -otra cosa que me llevó a leerla- y después un profesor de literatura especializado en Shakespeare (Sherman). Un conjunto de personajes con los que me identifiqué rápidamente en una novela bastante fácil de leer.

En ciertas líneas abunda el cliché pero sabemos también que a veces necesitamos decir lo importante en palabras sencillas, aunque nos desagrade reconocerlo. Así mismo, hay escenas poco trabajadas, que parecen una improvisación forzada. 

La novela avanza con un buen ritmo hasta que en los últimos capítulos se vuelve un bodrio mayamero: aparece la que reclama al marido en una escena de "tensión", un hijo sorpresa, con un final apresurado que, aunque intente guiñar al lector, no tiene el punch necesario.

Fue una lectura entretenida, que seguramente habría disfrutado más en su lengua origen (si la leyera) debido a las expresiones en francés e inglés que se mantienen en la traducción al español, asumo que éstas le dan un ritmo divertido en la lengua que fue escrita. Creo que su lengua origen es alemán. Es una historia decente que no logra explotar realmente el conflicto humano pero que mantiene resalta la belleza de la Ciudad de las luces y sus infinitas posibilidades.


Le Jules Verne un restaurant que aparece en la novela

Recomiendo leerla como divertimento, enamorándonos de París, de la idea de París, con sus calles, sus cafés, porque al final, París es siempre una buena idea

domingo, septiembre 11, 2016

Sobre la vida como editor y la vida en sí

En el 2011 fui a Argentina por primera vez. Quedé impresionada con lo que es para mí, con el perdón de Ángel Rama, una ciudad letrada. En algún punto, tras esa visita o quizás antes, decidí que quería formarme para editar: ser editor.

Esas calles donde cualquier hombre puede ser Borges

En el 2014 visito otra vez Buenos Aires. Ya he decidido que quiero participar, no sólo como "escritor" (esa siga siendo mi fantasía),  en la producción y distribución de ese objeto mágico llamado libro. Después de cinco meses trabajando en una librería y con todas las ganas de quedarme en esa ciudad letrada, compramos en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, el libro "El oficio de editor" de Jaime Salinas. Esta semana lo terminé de leer.
Feria del libro de Buenos Aires 2014

Terminarlo es escuchar la reiteración de una idea: hacerme parte de la creación, producción, distribución, venta y promoción del libro es algo que amo hacer. 

No había terminado de leer esa conversación entre Jaime Salinas y Juan Cruz, un encuentro en el que todo lector quisiera estar en cuerpo presente para escuchar y observar, quizás por el temor de que acabase rápido el libro, quizás porque temo (temía) que no fuese el oficio para mí y que, en un arrebato romántico, me haya empecinado en una idea que no pudiese lograr. Puedo decir, después de leerlo, que aún no sé si seré editor pero sé que quiero y por alguna razón siento que estoy cerca.

Cerca, cerca: Librero.

Yo vendo libros. Esa labor, ese oficio, llegó sin quererlo y sin saberlo y leer las respuestas de este editor me ha recordado, otra vez, que estoy allí, en medio del huracán y aunque siento que me falta muchísimo para hacer bien este respetable oficio, soy parte del mercado imprevisible, extraño y complejo que implica un libro, bien sea literario o no.

Quisiera compartir algunas citas que me gustaron del libro. Partiendo de sus partes: “El editor” y “El otro Salinas”, lo que yo llamo “La vida del editor” y “La vida en sí”. En ambas partes, Salinas se repite: estar en este mundo, hacer cultura, implica un compromiso, una manera de hacer las cosas que sea consecuente con el mundo en el que se quiere vivir, con el libro que te gustaría leer. Gracias a sus palabras rectifico porque quiero seguir en esto: editar para recuperar el pasado, hacer presente e ir descubriendo y construyendo futuro. Ser un alquimista del lenguaje y, a través de la edición, del tiempo.

“Un editor es (o mejor dicho, era) una especie de go-between, de intermediario, entre el escritor y el lector, el que tiene por una parte, contacto con la persona que escribe y, a su vez, traslada o traduce esa escritura a un objeto encuadernado, impreso, con letras, cuyo destino es ser leído por una, dos o un millón de personas”.  (Salinas, pág. 35)

“En cierto modo, es un oficio extraño, el editor. A veces es muy gratificante e incluso divertido. Por otra parte, requiere una entrega total, eso tú lo debes saber como nadie. Es un oficio que no necesita ni hacer una carrera, ni estudiar nada en ningún sitio, ni tener especiales conocimientos de nada, aunque ahora, como para todo, se han creado másteres para hacerse editor. En realidad, la simple atracción hacia un libro, el hecho de haber estado cerca de los libros toda la vida, es posible que baste y sobre”. (Salinas, pág. 39)

“Creo que editar es también estar dispuesto a tener varias frustraciones”. (Cruz, pág. 40)

“Creían en la literatura, en la palabra como punto de partida de la civilización. El libro era el gran vehículo de enriquecimiento de la sensibilidad, de la imaginación, de la justicia y de la libertad”. (Salinas, pág. 65)

“La edición debe mantener vivo el pasado e ir descubriendo futuros” (Salinas, pág. 71)

“Cruz
La verdad es que, si nos fijamos en el mundo editorial para definir el estado de la cultura en España, el panorama es bastante desolador.

Salinas
No te preocupes, ya es desolador en todo el mundo. Inevitablemente, hemos entrado en el circuito de la sociedad de consumo; una vez adentro ¿cómo salir de él?”. (Pág. 74)

“Aunque yo he sido un lector tardío, el libro es la fuente que alimenta tu sensibilidad, hace que te descubras a ti mismo y que descubras mundos. Pero en un mundo sin agua y bosques no pude haber libros. Se tienen que hacer con agua y bosques en los que se esconden los Borges. En contraste con otros medios de conocimiento, como la televisión o el cine, el libro ha mantenido su mitología, porque tiene un valor del que carecen esas otras formas de expresión; la lectura sigue siendo un acto íntimo y personal, probablemente el único que nos quede. La televisión te obliga a tener un televisor, electricidad y una antena. El libro es sencillamente un objeto que te cabe en la mano, que puedes llevar contigo y leer en cualquier lugar. No necesita más” (Salinas, pág. 79)


La vida en sí


Leer este libro es, obviamente, descubrir a Jaime Salinas. Siempre que leo sobre el franquismo, como bien se ve en este libro, recuerdo lo que he vivido en los últimos diez años y viene a mi mente una cita (perdón por la desmemoria) que decía algo como que "Todas las dictaduras son iguales".  Sé que todas son iguales, las diferencia el grado terrible de muertes y maneras, pero todas hieren.

Entre el franquismo y el chavismo, para mí, se muestra la misma barbarie, el mismo destronamiento cultural, el mismo exilio. Ojo, hago estas afirmaciones irresponsables porque no sé históricamente, con base académica, del franquismo y porque ciertas afirmaciones de Salinas,  no sólo de él sino de otros autores, me hacen pensar en esto.

Cito un par de respuestas que me recuerdan mucho a mi situación actual:

“En el exilio los demás vivían obsesionados con España. Aunque siempre me ha dolido España; parece una fatalidad que nos duela siempre algo”. (Salinas, pág. 156)

“El régimen franquista, a través de la censura y la represión, redujo el nivel cultural de este país a unas cotas inimaginables. (…) Esto un país lo paga muy caro, porque luego hay que empezar de cero”. (Salinas, pág. 157)

“Pero yo, como buen español, nací pesimista. Creía que el franquismo iba a durar muchísimo (no me equivoqué). Incluso creía que después de que muriera Franco lo que seguiría sería algo muy parecido (afortunadamente me equivoqué)”. (Salinas, pág. 195)

El exilio es una condición que, aunque nos cueste entender en todo su significado y nos parezca liviano decirlo, puede ser interna. Tu país duele, duelen sus letras, sus paisajes, estés en él o no, te sientas parte de él o no.

Esta tormenta lleva mucho rato y el libro sirve, a veces, de paraguas. Quizás por eso quiero llevar este paraguas, estas ganas de hacer paraguas, a un sitio donde pueda convertirlo en sombrilla. 

lunes, abril 25, 2016

A modo de aniversario


Cuando decidí partir algo se quebró.
Pequeños fragmentos deambulan por la calle Florida,
leen los cuentos de Saer en voz alta,
acarician libros que mis dedos nunca han tocado.
Saben del invierno y de la primavera.
Hay fragmentos que se detienen a comprar queso en el mercado
y que ya se saben sus nombres.
De este lado está la imagen completa,
la que cuestiona el rumbo y el tiempo,
la que se sabe ida
aunque en todos los sentidos
permanezca.

domingo, enero 17, 2016

Sobre el 2016


He estado leyendo blogs y artículos, intentando hacer un propósito de 2016 saludable, intentando modificar la sustancia inconstante que me compone. Desde que volví de viaje, siento que tengo muchas cosas que contar aunque no sean las más interesantes ni estén magistralmente escritas. Entonces, en una carretera brasileña lo recordé: Historias sobre nada, así se llama esta casa, más deshabitada que poblada de palabras; creada como una válvula de escape, un museo de la -a la- añoranza (lo que es y lo que pudo ser).


En el blog de Marianne encontré un pdf que te ayuda con tus metas y proyectos. Tengo muchas metas trazadas (en mi cabeza), la mayoría no son más que el grito desesperado de lo inconforme, de todo lo que debía ser a los 26 años; entre ellas, el grito atorado de la escritura. Así que mi primera meta corta, siguiendo la filosofía kaizen, es escribir y, escuchando la voz de L/Jota/ el chico donde las estrellas crecen, publicar. 

Publicar en esta casa abandonada hasta que se encarne el poema de Vallejo y quede, como en todo lo que me gusta hacer y lo que amo, el corazón. ¿Escribir sobre qué? Sobre viajes: los libros que leo, los lugares que visito (que espero sean muchos), lo que como, lo que veo. También lo que invento o me hacen inventar. 




Escribir, por ejercicio, por convicción, por salud.



Quería plantear algo con respecto a este tema: siempre que doy clases de escritura creativa (sí, la ironía) propongo ejercicios que me hayan hecho hacer a mí o que me haya inventado sobre la marcha. Quiero invitarlos a ustedes (si hay un ustedes) a que me propongan ejercicios de escritura.


Que el 2016 sea un año positivamente creativo para todos.


...And I'm going to get there

martes, septiembre 01, 2015

Decisiones (o la apología de ser librero)


En los últimos dos años me he tenido que enfrentar constantemente a mis demonios, a esa necesidad absurda de mi psique de ungirme caballero. He descubierto que soy mi dragón -el mismo al que debo enfrentarme-, “tu peor enemigo sos vos”, diría Fito. Y se siente como si fuese un descubrimiento nuevo, a pesar de saber que me estoy regocijando en el agua tibia (aunque Heráclito diría que no nos bañamos dos veces en el mismo río).
Hoy ha llegado el momento de tomar otra decisión. Hace año y medio decidí -o el destino en forma de canto de pájaro lo hizo por mí- ser librero, además, ser librero en uno de los mejores lugares en los que puedes ser librero: El Buscón.
Llegue con mis ánimos lectores al cien por ciento, con la capacidad de aguantar loquitos - que al final también llegaron a la puerta de esta librería- y con muchas ganas de aprender; un año y medio fue suficiente para muchas cosas pero corto para otras. Entendí, entre el proceso de trabajo de grado y el hecho de ser librero, que amar la literatura -querer escribirla, hacerla, editarla, venderla- tiene grandes dosis de altruismo y egoísmo: eres altruista porque te ocupas del otro, de lo que le gusta, de qué le preocupa, qué quiere, y haces gala de ti mismo: de lo que a ti te gusta, de lo que lees –que te describe tan bien-; es porque en algún punto hasta eres un poco adivino, una especie de ilusionista. Eres ese barman que sabe lo que el cliente va a tomar antes de que termine de pedirlo; como me pasó hace poco, cuando alguien buscaba el libro, para regalo, de la “livilidad del ser” y yo saqué la La insoportable levedad del ser porque era obvio y si me preguntas aún no sé cómo explicarlo.
Pero esto se trata un poco de las decisiones, de lo que nos aterra, del espacio de confort .Sí, súper autoayudoso. Durante año y medio estuve en mi isla de Calipso, atrincherada en Paseo Las Mercedes, pensé en irme, en emprender el viaje, pero nada me satisfacía y la isla siempre terminaba llamándome a su centro y en algún punto esa ambivalencia se volvió ritual. Un círculo vicioso, pues.

Yo en mi círculo vicioso.


A partir del 13 de julio, cuando otros procesos estaban por cerrarse, quise salir de casa, a sabiendas de que nunca dejas la casa, de que siempre la llevas, un poco, a cuestas.
Hoy empiezo otro camino, quizás más lleno de espinas que de rosas, donde esos pequeños gestos que hace el lector agradecido –ese calor que te invade el alma a pesar de que llegues a casa con los bolsillos vacíos– sean menos perceptibles o quizás no. Durante el último año aprendí que debes hacer lo que te lastime menos y lo que te enriquezca más –tome ese “enriquecer” en la acepción que usted quiera– aunque para ello debas hacer sacrificios, como abandonar la isla que tiene ambrosía (aunque nunca hayas podido tomarla).
Esta será una nueva aventura y debo iniciarla con esos mismos ánimos de hace año y medio, renovados y maximizados, plegando poco a poco el mapa para tener las metas más cerca.
A toda la gente que conocí en El Buscón, a todo lector agradecido que me hizo el día: infinitas gracias. A El Buscón en sí mismo: me verás volver, de distintas maneras, me verás volver.

Una vez leí algo de un gran librero o quizás él mismo me lo dijo, repitiéndolo como una especie de mantra: una vez que eres librero nunca dejas de ser librero. Yo le agregaría: una vez que eres librero, que lo sientes hasta en los huesos, jamás dejas de serlo. 

jueves, diciembre 11, 2014

10 y 6


"En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez.”
                                                                                         Funes el memorioso, Jorge Luis Borges



No soy Ireneo Funes, no tengo tanta capacidad para redibujar el mundo. Recuerdo muchísimas cosas (las más inútiles) y soy una maniática de las fechas, siempre las celebro, así sean tristes, las recuerdo. A veces parece imprescindible.

Hoy mi memoria rescata dos fechas particulares: el pasado 06 de diciembre se cumplió un año desde que entré a trabajar en la Librería El Buscón, un hecho que ha marcado mi manera de aprehender el mundo y del que hablaré pronto, en otro texto. También se celebrará pronto mi cumpleaños y para iniciar las fiestas, una chica maravillosa –la chica del sueño febril– me regaló una entrada al concierto de Fito. Al final, por cuestiones de coincidencias maravillosas –no existe la casualidad, solo existe lo inevitable– también fue L (L, hace mucho tiempo que no lo llamo así).

El pasado domingo 07, bajo una luna muy similar a aquella luna de la que quiero hablar, Fito Páez volvió a recordarme porqué me encanta, porqué caigo rendida ante el hechizo de su música, porqué sus letras se vuelven mi estandarte.

Nuestro 10 y 6

Era una de las zonas menos agraciada de Caracas (ahora, una de las más peligrosa). Quién sabe cuánto tiempo tenías sin entrar al teatro, yo había ido un par de veces ese año pero nunca al Laboratorio Ana Julia Rojas (creo que nunca volví a ir).  Era miércoles, como hoy.

Los parlamentos correctos (lectura dramatizada de Diálogos con Leucó de Cesare Pavese), el montaje adecuado y mi conversa interna con los dioses. Dionisos y Démeter discutían sobre la muerte, se burlaban un poco pero nos pensaban y yo los entendía.  No recuerdo si fue al salir o al entrar, cuando supe que querías darme un beso y el pánico se apoderó de mis rodillas.

En el murito, con las rodillas contra el pecho, contemplaba el edificio de muchos pisos, la decoración navideña, la luna. No sabía que ese mismo lugar, esta misma ciudad, 6 años después, también me daría pánico pero de manera muy distinta. Quise retrasar el beso, esperar dos días, dejar que los dioses jugaran un rato.

Siempre me imaginé en un teatro, apretando la mano del chico que deseaba, y que también me deseaba a mí, ese 10 se cumplió parte de lo imaginado. Durante 6 años el teatro ha cambiado de forma, de nombre, ahora se llama Teatro Colón, siempre –en mi cabeza– se ha llamado The Globe Theatre, o, simplemente, un montaje callejero en una ciudad fría, donde podamos recordar que los dioses dialogaron, que sus voces nos alcanzaron.