miércoles, junio 24, 2009

Volumen, sentido, ascenso

Tya se miro al espejo antes de salir, se quedo un rato disfrutando de la imagen imaginativa de su reflejo: una chica segura de sí misma, con un cuerpo estupendo, que usa cuero y tiene en su pantorrilla una daga escondida, esa chica que mueve las caderas y sonríe como los ángeles, esa chica que Tya no es.

Al salir notó como el calor le quemaba los hombros (descubiertos) y también recordó que no se había peinado…Ya que importa…, pensó.

Sumergida en su Ipod, la voz de Mat la guiaba por las bullosas calles de Caracas, la insistencia de “I’m feeling good” le hacía sonreír. Se imaginaba bailando por la ciudad desierta, cantando a todo pulmón, divirtiéndose como nunca. Al entrar al Centro Comercial se sintió aliviada, era un lugar anónimo dentro de la metrópolis, algo solitario, diferente, como ella. El ascensor escondía su esplendor detrás del cartelito de “Fuera de servicio”; ella sabía que esa noche tendría que usarlo, y esperaba ese momento con ansias: quizás la chica valiente saltaría del espejo y se apoderaría de ella, dejaría fluir todo lo que sus deseos esconden.

Verlo implica lo de siempre: el pulso acelerado, los cambios de temperatura, el sonrojamiento, las ganas de saltarle encima como desde el primer día. El contacto con su piel quema, su mirada desnuda, expone sin miramientos, sus besos alienan, sus brazos protegen, su olor es como un pase de cocaína, the perfect drug. Todo en él produce adicción: el estar ante su presencia hace que el mundo se transforme en un caleidoscopio, él da energía, despierta las ganas, despierta lo inimaginable. Por él vale la pena aguantarse al mundo, por San, vale la pena ser.

Sé que es un tema desgastado, que esta historia no tiene nada diferente a las anteriores; sé que ha sido contada con los mismos protagonistas pero bautizados de otra manera, sé que todo lo que sigue ya lo sabes. Sospecho que el mundo es un círculo que se cierra en el punto exacto donde acaba mi destino y empieza el tuyo, o el de San, o el de Tya, o el de cualquiera. Si continuaste leyendo hasta aquí, implica que algo más andas buscando, que aunque sepas que es la misma historia de siempre, hay algo que te obliga a continuar estas líneas (como a mi ese “algo” me instiga a escribirlas) y algo que hará que llegues al final de esto. No lo sé, detente cuando quieras. Detente ahora.

San la esperaba en la puerta del teatro. Tya lo diviso desde lejos y empezó a sentirse nerviosa (nuevamente, como desde el primer día…), el vestido negro y su cabello ondularon a causa de una breve brisa y San pensó en lo hermosa que se veía. Se saludaron y entraron. El olor de San atravesó los sentidos de Tya, y la calidez de la piel de Tya hizo tambalear a San. Esa noche sería inolvidable, y ambos lo sentían.

Las manos de San acariciaban la pierna de Tya, el vaivén de sus dedos sobre la ropa y la forma sutil de apretar el muslo hacían que la chica perdiera la concentración en la obra. El soliloquio de uno de los personajes se perdía, la voz del actor se mezclaba con el olor del perfume del chico; ese olor se introducía en los sentidos de Tya, los nublaban. El condenado olor hacía que quisiera besarlo, tocarlo tal y como San la tocaba a ella. La mano de Tya empezó a deslizarse por la pierna del chico, sus dedos empezaron a dibujar desfiguradas formas en la superficie del pantalón, las ganas de besarlo arremetían contra cada célula.

Uno de los personajes de la obra citaba a Hamlet (“¡Oh, vergüenza! ¿Dónde está tu rubor?”), y Tya se preguntaba así misma eso: Vergüenza, ¿Dónde te has escondido?....

La chica imaginativa del reflejo en el espejo había poseído su cuerpo: sus manos querían recorrer, explorar, sentir la blanca piel debajo de la ropa; sus labios querían encontrarse con los de San, extraer de ellos ese dulce veneno que la aniquilaba poco a poco, satisfacerse de sus besos (¿acaso es eso posible?). Otro personaje de la obra -un hombre trajeado de negro, con aires de supremacía y con espíritu empobrecido- decía:

“Hay que curar los sentidos. El individuo se hace esclavo de su lujuria, pero ¿es qué acaso no todos somos pecadores debajo del cielo del Señor? Si esto es el infierno, a gusto soy maldito…”

San quería abandonar el teatro, las manos juguetonas de la chica y esa forma de morderse los labios lo estaban enloqueciendo. La oscuridad, los juegos de luces, las voces lejanas de los actores y las caricias de Tya, se conjugaban para despertar en él las ganas de besarla y no detenerse, porque el cielo estaba sus labios y los besos de esa chica lo hacían inmortal. Ella es su gloria y su perdición, ella lo es todo.

“La vida, mi estimado amigo, no se reduce a sueños o a dinero. La vida…es un circulo… una circunferencia... una esfera… algunas veces cerrada, otras abierta, pero siempre requiere de nuestra participación… con sus ángulos, áreas, curvas, volúmenes y superficies... La imagen inconclusa del universo, necesita de la mirada caleidoscópica para formar una imagen completa y, lo más importante, compleja. Una imagen que reúne al individuo y a todo lo que le rodea...”

La obra había terminado. Tya, tomó la mano del chico y salió apresuradamente del teatro. Afuera, la prensa quería conversar con el escritor de “Semejante pieza maestra”, pero ambos hacedores huyeron hacia el ascensor. San tenía sus manos en la cintura de Tya, el ascensor se abrió de par en par, haciendo que el cartelito de “Fuera de servicio” se tambaleara y brillara en la negrura. Al entrar en el aparato, los besos se hicieron más apasionados: el cuello de San era víctima del instinto vampírico de Tya, mientras las manos del chico se aferraban a las piernas de la chica, levantando el vestido hasta el muslo y, en el espejo, la luz mortecina del ascensor hizo resplandecer la daga escondida.

- Déjame meterme en tu piel cual droga ilegal (Tya)
- Me matas…tus caricias son mi alimento, tus besos mi absolución (San)

Al abrirse el ascensor nos encontramos todos. San y Tya, ambos sonrojados, atravesaron el salón circular hasta la recepción y pidieron su llave de habitación. Mientras, yo huía de la prensa y tú, leías esto.