martes, noviembre 25, 2014

Aventuras gastronómicas

Comer para mí es un placer, quizás por ese efecto de gozo al que lo asocio es que me gusta tanto, pero todo tienen una razón de ser: cuando éramos niñas, nuestros padres celebraban cumpleaños, buenas notas, días del niño y otros eventos “especiales”, llevándonos a pasear y eso incluía comer fuera de casa. Mis recuerdos más frecuentes del tiempo pasado con mi padre implican una mesa llena de comida deliciosa, donde –por momentos– se liman las asperezas y se instaura un ambiente de celebración.
La semana pasada comí varias veces en la calle (sí, esa es la razón por la que nunca tengo dinero), una de ellas asociada a una celebración. Sé que son tiempos difíciles y esa manía de comer fuera para celebrar o mejorar mi estado de ánimo, debe terminar. Quizás por eso escribo esto. Quizás quiero rescatar mi experiencia para dejarla aquí, plasmada como algo que realmente me gusta hacer pero que gracias a la situación económica del país no podré hacer más o quizás sólo lo hago para presumir. En fin, he aquí mis apreciaciones sobre los restaurantes que visité la semana pasada.

Restaurante Rialto (18/11/2014)

Ubicado en el tercer piso del Teatro Bolívar, en todo el centro de Caracas y con vista a la Plaza Bolívar, este restaurante ofrece una propuesta gastronómica un tanto diferente a la acostumbrada: con una variedad de platos (una mezcla sabrosa entre platos italianos con sabor venezolano) el menú abre pequeñas pero agradables ventanas al paladar (y una puerta gigante al bolsillo). En éste podemos encontrar como platos principales: tortellini rellenos en salsa de asado negro con tomates cherry, ñoquis de plátano o –el deseado por mi estómago y odiado por mis finanzas– centro de lomito en piedra volcánica; así como degustaciones de tequeños como entrada, la sopa del día y el postre.
Fui a este restaurante con mi mamá porque deseaba conocerlo, imaginando que su costo sería medio ya que se encuentra en el centro, donde laboran cientos de empleados públicos, pero me equivoqué. Los platos principales oscilan entre 400 y 600bs, las entradas entre 250 y 350bs y el postre entre 150 y 250bs.
El lugar es hermoso (eso es indudable), tiene gigantografías de fotografías viejas de cuando la torre fue sede del Últimas Noticias o del gran Cine Rialto, así como una vista hermosísima a la Plaza Bolívar. Los mesoneros visten trajes a la antigua con sombrero de paja y tirantes, prestan una atención esmerada a los comensales (al menos cuando el restaurante está vacío, como fue nuestro caso) y te ofrecen y explican todo lo que hay en el menú. En cuanto al sabor de la comida, puedo objetar que la crema de zanahorias (la entrada que pedí) estaba desabrida y los deditos de salmón que se supone que tenía pues…eran dos trocitos de salmón. No obstante, los platos principales estaban muy ricos (yo pedí unos tortellini y mi mamá un plato muy simple: suprema de pollo con vegetales) pero la ración no era satisfactoria. Rialto ofrece una propuesta gastronómica gourmet y ciertamente la cumple: en preparación pero sobre todo en precios.

Al final, agradecidas por pedir entradas, el mesonero nos insistió en probar el postre del día: así que pedimos para compartir una deliciosa torta tres leches, con la contextura perfecta (algo muy difícil de encontrar en un restaurante); también, nos ofreció una muestra de ponche crema, está vez fue por la casa. Mi mamá y yo quedamos bien (no full pero tampoco con hambre), un poco sorprendidas por los precios y con la imagen de un restaurant que te hace sentir en una Caracas distinta, una Caracas amable y vestida de gala, bailando para tus sentidos.
Tataki Trasnocho y Franca Las Mercedes (20/11/2014)
He ido a Tataki tres veces antes. Decidí celebrar la graduación de mi mejor amiga de la universidad en este restaurante porque me ha parecido delicioso y la relación precio-cantidad-variedad estaba bastante decente; además es un sitio bonito. No voy a decir que fue un fiasco (me sigue gustando mucho sus platos de sushi) pero sí me sorprendió el aumento de precio de la comida, cerca de un 30% en menos de dos meses.


Una deliciosa limonada con granadina

Atrás puede notarse como decoraban


Tataki es un lugar que fusiona la comida perunana y japonesa. Su primera sede está en La Trinidad, nunca he ido. Fui el jueves con cuatro acompañantes, el lugar estaba vacío, se escuchaban gaitas –cosa que a mí no me desagrada– y el personal estaba decorando el lugar (temporada navideña). Al principio, el servicio en mesa fue rápido (las bebidas, las entradas), no obstante, se tardaron un poco con los rolls, aunque debe ser que querían  llevarlos todos al mismo tiempo.


Me gustan mucho los rolls con frutas (en esta ocasión no tenían fresas ni manzanas, sólo mango) y ellos siempre cumplen con hacerlos deliciosos, cosa que se agradece. La temperatura del lugar estaba un poco fría y, a pesar de escuchar que era una celebración, no hubo nada por la casa (una vez que estuve allí le regalaron unas entradas a la cumpleañera). De Tataki me agrada el servicio y la comida, está vez no me agradaron los precios. Una cuenta que sale en casi 1000bs por persona no me parece lo mejor. Es una lástima, quería volver allí para futuras celebraciones. Nunca he pedido postre en este restaurante y, después de una cuenta que ya sabía alta, no me quedaron ganas. Decidimos ir por el postre a uno de nuestros sitios favoritos: la Franca.

De la Franca nunca he podido quejarme: su personal siempre ha sido atento, el sabor de sus comidas es impecable, la relación precio-cantidad está bien (sé muy bien lo difícil que es conseguir los ingredientes para un coffeecake) y es el único sitio al que he ido que ofrece el agua gratis. Suelo pedir un coffeecake de choco-banana o choco-avellana  y nunca me ha decepcionado.

La licenciada pidió un coffeecake de auyama y estaba rebueno; nuestra futura danesa pidió una de zanahoria (también excelente); mi compañero de aventuras uno de choco-avellanas... Se me hace agua la boca al recordarlos. Lo único que puedo objetar en esta aventura fue el papelón con limón, que estaba demasiado dulce para mi gusto.

Pulgares arriba, querida Franca.

Takifugu Sushi (21/11/2014)


Hoy es día del Estudiante Universitario y yo pienso en todo lo que no he logrado. Me he parado con pocas ganas de dar clases, arrastrando la tristeza. Debo llegar a casa para prepararme algo de comer, antes debo hacer una parada. Otra vez recuerdo que para celebrar algo nos llevaban a comer… mi restaurant favorito de sushi se encuentra a dos cuadras. Sé que no tengo nada que celebrar, los fracasos me llueven desde anoche pero no quiero pensar, ni sentir.

Una de mis estudiantes sabe cómo me siento. Llevamos un almuerzo pendiente desde octubre así que decide invitarme. La llevo a Takifugu Sushi.

Este sitio es uno de esos oasis maravillosos y secretos que se encuentran en el centro de Caracas. No es la primera vez que voy, en efecto, Takifugu Sushi se ha convertido en mi lugar favorito: excelente en calidad, normalito en ambiente y barato en precios. Un paraíso para los amantes del sushi.

Ubicado en el tercer piso de la Mega Feria del Centro, al lado de las Galerías Gallo de Oro, ofrece una mediana variedad de platos, entre ellos se encuentran los rolls que tienen topping de frutas (fresas, mango), ceviches, croquetas, tiradito de atún; costando el plato más caro 450bs. El ambiente es de comida rápida: sin mesoneros y un poco ruidoso; no obstante, es bastante agradable para comer. Son eficientes, el sabor es delicioso y si vas después de las 2pm es un lugar más relajado.

Le pido a los dioses que Takifugu Sushi se mantenga en calidad y en precios, también que la próxima vez que lo visite yo me sienta bien y pueda seguir evangelizando a través de la literatura y el sushi.



Eso es todo, amigos.

PS: Les debo fotos de los diferentes sitios porque realmente no sabía que iba a escribir esto jejeje

domingo, noviembre 09, 2014

Epidemia


   Epidemia: compuesta de ἐπι (sobre) y δημία (pueblo). Enfermedad que se propaga durante algún tiempo por un país, acometiendo simultáneamente a gran número de personas.

Llevo escribiendo esto aproximadamente dos meses.  Es un texto personal (confesional, como todo lo que escribo), ya que muchas cosas pasan por mi cabeza, muchas cosas pasan en el mundo. Quizás por eso no tenga la ilación necesaria.

Pienso en la palabra epidemia, pienso en septiembre y en mi abuelo y en el suicidio. En las decisiones que he tomado en los últimos dos meses.

Siempre le digo a mis estudiantes que no importa lo que escribamos, somos testigos de nuestra época y por eso hay que tener responsabilidad para contar nuestra versión de la historia. Siempre les repito lo subjetivos que somos cuando el episodio a narrar es muy nuestro, pero no por eso hay que descuidar el lenguaje. Y aquí estoy, recordándome mis propias premisas para no hacerlo mal, tan mal.

I

En septiembre estuve enferma. Desperté el 24 en la madrugada, con mucha fiebre (casi 40) y, luego de unos resultados de sangre desalentadores que me entregaron el lunes 21, me frikee y preferí ir al médico. No tengo seguro así que terminé en el Distrito Sanitario N° 4 – la Sanidad de El Valle.

Debo acotar varias cosas: 1) Mucha gente a la que he apreciado a lo largo de mi vida trabaja o trabajó allí y 2) a mediados de los noventas los médicos que allí laboraban eran muy buenos médicos. Así que llego, mi fiebre va bajando gracias a dos antigripales y  puedo prestarle atención a la gente que tengo alrededor: hay gente con erupciones, los ojos hundidos, con dolores y una doñita, como de 60 años, tiene pinta de no haber dormido en toda la noche.

Sale la primera enfermera y toca a la doñita, le dice que en efecto tiene dengue, que su conteo de plaquetas está muy bajo, que debe irse a descansar y no permitir que la hospitalicen. Sí, que no permita que la hospitalicen (como si la mente le diese permiso al cuerpo para enfermarse o curarse). Alguien dice “Estaba aquí desde las 8”. Son las 11.

Sale la segunda enfermera y dice: “ya el doctor los va a atender. Hemos atendido 91 pacientes y 20 han sido casos de dengue o chikungunya. No nos damos abasto.” Y yo pensando en que sólo tengo fiebre, dolor en las rodillas, que tengo miedo y que, gracias a Dios, tengo quien me cuide. Así transcurren un par de horas y un médico me revisa (hace un buen examen físico), por los síntomas dice que puede ser el virus, me manda a hacer unos exámenes y una semana de  reposo.  Al salir veo las caras angustiadas que esperan.

Voy dos días después a tomarme la sangre en el mismo sitio. Un cartel me advierte que sólo hay una persona para extraer la sangre y que debo tener mi propia inyectadora (a la otra chica de laboratorio le dio chikungunya). Pienso nuevamente en el desabastecimiento en los anaqueles (medicinas, alimentos, productos) y el abastecimiento de pacientes en los hospitales.

II

Mi abuelo está enfermo. Por los resultados tiene dengue.

Mi abuelo, por decisión individual y aspectos personales, nunca quiso vivir con nosotras. Lleva tres días sin salir, con dolor en las articulaciones y fiebre. Para ir a su casa hay que agarrar una camionetica, subir un montón de escaleras, cruzar la Panamericana y subir otras escaleras. Al entrar a la sala me doy cuenta que las cuatro paredes son ideales para criar zancudos: no hay más que dos ventanas pequeñas, una sola lámpara y las paredes están pintadas de un color oscuro; al sentarme en el sofá noto el vuelo de los zancudos sobre la poltrona. El baño tampoco está muy bien: hay un charco de agua que sale del conjunto y se mantiene en el piso. Mi abuelo, en su terquedad, no quiere abandonar ni el espacio en el que vive, ni la señora con la que vive. Lo entiendo. Esa es su decisión y, aunque puedan haber maneras de convencerlo, él va a decir que no (o eso me repito).

En su casa todos son chavistas, incluyéndole, y el señor que nos abre la puerta dice “Yo no creo que esos sean zancudos, eso es una nube que explotaron porque no puede ser que haya tanta gente enferma, pero no es que no quieren decir nada”. Yo pienso en su ignorancia, en el señalamiento de que el lugar en el que está parado es un paraíso para los zancudos, en las estadísticas de la Organización Mundial para la Salud. Pienso en el cólera en 1995, en el brote de Hepatitis B a finales del 2000, en el dengue y ahora en la chikungunya. 

No, señor, esto es una epidemia. Una epidemia no reconocida por un gobierno que nunca ha sabido prever, controlar, actuar y resolver las cosas.

III

Nuevamente la palabra epidemia.

En los últimos 3 meses se suicidaron 2 personas que estudiaron lo mismo que yo (Letras), una de ellas graduada y la otra por terminar. Gracias a estos eventos me he enterado de varios casos (conocidos de conocidos) de suicidios. La tristeza es una epidemia.

Si bien no son casos frecuentes, pienso en Ortega & Gasset, en su frase "Soy yo y mi circunstancia" y en que en mi circunstancia han entrado nuevas variables, entre ellas: el suicidio de otros, el/la chinkugunya, el dengue, el desped(irse). Todas, para mí, parte de lo mismo: de situaciones para las que no estamos preparados, de momentos que no tendrían que terminar así, en la mayoría de los casos, de desazón.

Quisiera hallar la causa. A veces pienso que estoy echándole la culpa al gobierno, quizás sea así. Nuestra  situación parece un juego de ajedrez donde nuestros movimientos dependen de los movimientos del poder (el gobierno y sus políticas sobre salud; el jefe y el aumento de sueldo, y responsabilidades; el instinto; los monstruos y sus mensajes constantes, el apoderamiento de la sombra) y realmente no somos tan buenos estrategas.

IV


Epidemia: este malestar que se siente al pararse en cualquier sitio y pensar "abandonad aquí toda esperanza".

Imagen que vi en Facebook, tomé la primera que arrojó google.