domingo, marzo 21, 2010

Trozos de una conversación difusa

La calina envuelve el parque, el olor a quemado es la huella perceptible de la destrucción natural, molestándome en los sentidos, recordándome…

-          Escribe sobre algo
-          ¿sobre qué?
-          El fin del mundo…no lo sé…

El columpio se detiene. Observo la belleza de la nada e imagino un mundo destruido.

-          …escribe sobre la nube de polvo que envuelve la ciudad y los condenados movimientos de tierra…y… ¡las olas gigantes!¡¡eso, eso, eso!! ¡grietas por doquier, gritos y….
-          …y la nada

Por un segundo pienso en un mundo vacío: sin sentido, sin 7.000 millones de personas consumiéndolo, hueco, vencido… ¿o sería un mundo vencedor si eso sucediera?

-          Te entristece pensar en un mundo así, es tonto ahora que lo escucho: siempre andas diciendo “todos deberían morirse” “¿cuándo sucederá el gran cataclismo?” “ojalá no existieran los humanos” “ojalá no existiera yo” y ahora te pones a pensar en un mundo así y terminas entristeciéndote… Sinceramente, tu estupidez no tiene magnitud.

El columpio sonó de nuevo. Dos chirridos unísonos y una brisa caliente acariciando el concreto.

-          No te gusta que te digan la verdad…El constante enigma de la identidad acechándote y cuando vislumbras una respuesta te palidecen las mejillas. Tonta.
-          La vida se pasea en el sonido de las hojas al caer
-          ¿Con qué clase de filosofía barata o poesía mala quieres convencerme?
-          Mmm… ¿filosofía de la sospecha?

El cielo se puso repentinamente gris y hubo una especie de rápido apagón en los edificios del frente.

-          Deberías escribir sobre él
-          ¿sobre El?
-          ¡No! Sobre él. El que siempre está, el protagonista de casi todas tus ficciones…ya sabes, esas sensuales y con finales felices…

Una risa juvenil, irónica, sonó entre las fisuras de un parque olvidado.

-          ¿qué puedo decir sobre él?
-          Mmm… ¿cómo era que decía?... a sí
Dentelladas desaforadas intentando morder el aire
-          Detente…
-          ¿por qué?
-          No soy poeta… No sé qué digo
-          ¿quién dijo que tenías que serlo para escribir? Sigue… o sigo yo…

-          Con dentelladas desaforadas intentando morder el aire
sumergido en el mar de tu cuerpo, el vaivén de las olas
y mis dientes aferrándose a tus hombros, a tu piel
El gemido ahogado, con vehemencia incrementa la fuerza
a punto de fundirnos en un solo ser
La noche sin luna, sin estrellas, siendo siempre noche
Oscuridad, respiro, suspiro,
sudor, calor, deseo
No nos detenemos ante nada
la tentación de lo oscuro
las pulsaciones de la lujuria
pecado, pecado, tu nombre conserva el género…

El columpio deja de sonar, como si acabase de despertar de un trance, ella se levanta. Una conversación con la vocecilla, con la consciencia lejana o quizás con el inconsciente presentado (dejando de ser inconsciente), siempre deja de esa manera: desorbitado, algo apocalíptico, amoral, descarnado y completamente carnal al mismo tiempo, sombrío… 

lunes, marzo 08, 2010

Retazos de un recuerdo




      - Las palabras me llegan y ya, no sé porque hay tantos hombres quejándose de lo difícil que se les hace…
Le decía un “escritor” – yo diría un simulacro de escritor- al librero, éste último le miraba incrédulo y yo le entendía a la perfección: ¿en serio hay gente que no sufre con el martirio del lenguaje? La potencia de creación no se consigue en una caja de detergentes y manejarla no es tan sencillo como encender una licuadora.

Las palabras juegan conmigo, me repetí antes de salir de la librería, con la libreta de mis ‘pseudo escritos’ apretada contra el pecho. Caminé un rato por el centro y llegué a la plaza. Quise escribir algo, abrí mi libreta y…

Los vi caminar, disparejos como sólo ellos pueden serlo: ella, piel trigueña, cabello oscuro, rasgos fuertes, cualquiera puede decir que es una metalera de corazón; con líneas perfiladas en ciertas partes (sus hombros) y difusas en otras (su nariz), estatura algo pequeña como una botella de perfume caro; él,  blanco como el mármol, el cabello del color del trigo, perfil risueño y una estatura descomunal, con la mirada profunda y una sonrisa encantadora. Iban de la mano, charlando alegremente, quizás ella iba alegremente triste y él recitando una canción para sus adentros, quizás ambos pensaban en el otro o quizás no. Se veían felices, a pesar de sus diferencias físicas, ambos con características muy suyas y sin embargo enlazados por sus manos, de una forma que a cualquier espectador malhumorado y envidioso pudiera molestar. Se me vino a la mente un caleidoscopio, sus diferentes colores y las miradas que uno solo de esos puede ofrecer, así eran ellos, un caleidoscopio dispar: un juego de espejos asimétricos, de muchos colores y matices y sin embargo tan familiares entre sí. 

Quise escribir algo sobre ellos, intenté formarlos como personajes, darles hábitos y manías: ponerla a ella como una fanática de los besos en el cuello y a él como un degustador obsesivo de esos besos, a ambos adictos al frenesí que uno produce en el otro, pero no pude. Siempre intento darle significado a todo, estoy como un semiólogo o un místico pagado -a los místicos no deberían de pagarles por ser místicos-, así que cerré la libreta y sonreí. 


Me recordaron a un cuadro, despertando la extraña sensación de que ya lo he visto antes, de que estuve dentro de él. Sé que esa historia todavía se está escribiendo, sé que no soy yo quién debe darle un final o un hilo que seguir, sé que los escritores tienen la potestad para infundir vida y también para quitarla -“somos dioses”, me repitió hace poco alguien importante para mí-, pero ellos no son mi creación y se niegan a serlo, sólo el destino sabrá que les repara, yo, como Sócrates, Εν οιδα οτι ουδεν οιδα

miércoles, marzo 03, 2010

Cansancio


Estoy cansada, es eso, tengo cansancio de mí.

Nunca he estado completamente bien, no soy enteramente feliz, porque estoy consciente de que la felicidad como un todo no existe y disfruto las dosis que me tocan día a día. Pero hay días en los que estoy bien, en los que no rebosa el vaso de la tristeza y puedo sonreír abiertamente, sin sentir que le miento al mundo.

Últimamente no he podido hacerlo, el vaso está lleno de frustración, de pocas ganas de seguir, de sensaciones mal atravesadas como que estoy perdiendo el tiempo, que estoy viviendo como no es, que no llegaré a ningún lado. Y la salida fácil brilla en las sombras: el gran cataclismo, desaparecer.

No es sencillo afrontarlo, siempre me he preguntado cómo un suceso puede ser tan valiente y tan cobarde a la vez, cómo puede causar dolor y al mismo tiempo ser tan “liberador”, pero aún así me falta el coraje. Hay días en los que siento que me alimento de utopías, que eso de querer ser escritor, ser bueno en tu trabajo, con tu pareja, con tu familia, con tus amigos, simplemente son utopías: proyectos irrealizables. Entonces todo empieza de nuevo: no me alimento de utopías sino de sueños, de proyectos que se harán realidad, que dejaran de ser proyectos. Y el ciclo continúa… pero ¿hasta cuándo?

Está semana mis defectos se han hecho más intolerables; quiero dejar de llorar y sentir que un nudo en la garganta me asfixia, quiero dejar de quejarme, de arruinar la vida de otros con mis ruinas. No es justo, no puedo hacer una tormenta en un vaso de agua, pero no sé si esta agua es veneno o sólo una ilusión de la nada. Y estoy cansada, estoy cansada de perder, ya sea por mi falta de memoria, por mi poco talento, por mi incapacidad de cambio, estoy cansada de mí: de mis crisis, de mis pulsiones suicidas, de no poder luchar contra esas sensaciones.

Entonces vuelve a mi memoria, aquella tarde en el sofá: la única persona que parece aceptarme con todo (sobrepeso, acné, ira, celos, frustración y crisis + crisis), aferrándose a mi pecho, pidiendo que no me vaya, mientras el nudo en la garganta crece, las palabras quedan atoradas y la desagradable sensación que va naciendo es asesinada por un beso, por uno de esos que te dejan sin aire, que te hacen sentir como si estuvieras levantando vuelo. Y hoy me aferro a esa tarde, me aferro a sus ojos, a sus brazos, a su sonrisa, a sus palabras. No he dejado de pensar en el cataclismo, en sentir que puedo dar más, que ellos merecen más, pero necesito placebos para el alma, necesito más que manzanilla para el efecto de calma.