jueves, marzo 26, 2009

Un par de líneas...

No sé quien leerá estas líneas
No tengo ni idea de cómo las etiquetarán
Algunas veces sueño que transito entre luces y sombras
con las alas prestadas de algún poeta maldito
Otras veces es la aureola quebrada de un suicida
la que…
brilla por su ausencia en la oscuridad

Un mundo al que no tengo acceso,
suele tocar a mi puerta a la medianoche
La melancolía – ese instinto natural hacia la nada-
baila tango apasionadamente con la muerte.

Luego despierto
con la idea marcada de que…
Algunos pensamientos se borran con el ocaso.

Pistola (* Debido a la canción de Incubus*)

Para Mr. GGD


Liam tocaba la guitarra tan mal como conducía, sin embargo, en los momentos en que el reloj parecía no moverse, él agarraba a Verónica y la acariciaba torpemente, buscando robarle algo más que un grito enojado, mientras, los minutos morían cada vez más rápido. A veces se encontraba a sí mismo intentando escribir una historia, una canción, un pésimo poema… pero no era capaz de terminarlo, las ganas abandonaban su mente y sentarse a dejar el mundo pasar parecía lo único importante. ¿Alguna vez dejó de preguntarse si realmente valía la pena? ¿Cuándo fue la última vez que sintió deseos de ver todo arder, de convertir todo en un infierno vivo?
Huir, correr, escapar, esconderse, no regresar jamás. Cobarde, sí, quizás eso, malditamente cobarde.
Todos los días una bandera diferente adornaba la puerta de sus pensamientos, algunas veces era sed de destrucción lo que lo motivaba a levantarse en las mañanas, otras… la dulce posibilidad de hacer todo bien, de cambiar lo que en días insoportablemente calurosos parecía inmutable. ¿Qué sucedió con el Liam que podía echarse en la grama a filosofar en silencio? ¿Qué paso con el músico, el poeta, el científico, el soñador?
Un día se levantó y se asomo en la ventana: dos grandes cuadros que daban a 13 descendientes pisos, la tentadora idea pasó por su mente, cientos de preguntas volcaron su noción de espacio, se sintió mareado. Al dar la espalda a la ventana se encontró con Vero, lo miraba –enojada como siempre-, se preguntó si por haber pensado en ese absurdo encuentro directo con el vacío, Vero le regalaría una sonrisa. Se alejó del borde de sus pesadillas y la tomó, al principio con ternura luego con ferocidad, de nuevo sus ganas de chocar de frente con el vacío lo atormentaban ¡¿Cuándo acabaría su cobardía?!
“Un par de años, nada más, crecer sólo tomará un par de años… Algún día te cansarás de tanta rebelión y querrás estabilidad”. Se equivocó, como con todas las lecciones de vida que quiso darle. Luego de que las nauseas pasaron, quiso abandonar las cuatro paredes que le hacían sentir a salvo, “nada de volar. Los pies siempre en la tierra”, una vez más las palabras de alguien incapaz de cumplir con su filosofía.
…Las calles vacías de una ciudad en ruinas desviaban su atención de los pensamientos suicidas, en algún callejón alguien gritaba acerca de la llegada de Jesucristo, en algún carrito por puesto cualquier vieja encopetada se quejaría de la situación socio-política-económica del país, y aun así, él seguía aquí, atrapado en el caos hecho concreto, intentando alienarse, intentando olvidar… “¡Intentar, intentar, intentar!¡Ya me cansé de intentar!”, esa fue una de las últimas cosas que ella dijo antes de irse, antes de rendirse. Caminó sin rumbo fijo: una camioneta, metrobus, otra camioneta, más calles vacías, menos silencio.
Frente a su tumba había un banquito -era una de las pocas que tenía una vista agradable y un lugar para sentarse-, al acomodarse en el sitio, las ganas de llorar le quebraron la voz, era llanto mezclado con ira (combinación atroz), y gritó, sólo gritó, una nota musical más para la canción del abismo…
Liam estaba escribiendo la historia de un chico que sentía que desperdició su vida, de un músico frustrado que renunció antes de empezar a soñar en grande.
Un día las penumbras habían sido alumbradas y las excusas seguían allí, millones y millones de ellas - nunca agotadas de tanto usarse-, pero el día era nuevo, existían motivos para escribir, para terminar lo comenzado, para hacer de todo fin un principio; y el sol, el hálito de luz en la oscuridad, hacían de motor suficiente para mover la maquinaria de sus letras, para comerse al mundo.
El músico buscó otros instrumentos para hacerse escuchar.
El poeta nunca permitió que lo llamarán poeta, si acaso “hombre temperamental”.
El científico experimentó con su arte (aún lo hace).
El soñador respira, camina, vive y sueña sin descansar.
Liam estaba escribiendo la historia de un chico que sentía que desperdició su vida, de un músico frustrado que renunció antes de empezar a soñar en grande. Su chica se levantó de la cama, le acarició el cuello y le dijo “Ven a la cama L, vamos a darle a este chico un final feliz mañana”.

domingo, marzo 01, 2009

... Il faut vous enivrer sans trêve. Mais de quoi? De vin, de poésie ou de vertu, à votre guise. Mais enivrez vous.
Enivrez-vous, Charles Baudeleaire.


Alguna vez leyó Enivrez-vous, en una de esas clases en donde tienes que analizar el lenguaje poético y todo eso te causa una gran jaqueca; ahora que escuchaba el poema en francés, éste le remitía al momento exacto de las caricias nocturnas, de los besos apasionados mientras sale el sol, aquellos momentos que nunca tendrán comparación ni nombre para bautizarlos.
Era cierto que nunca imagino amanecer así: a su lado, envuelta en su ropa, hilarante en su olor. Todo le parecía ser parte de algún sueño que se escondía en su subconsciente y que ahora se apoderaba de su consciencia, pero estaba feliz, estaba endemoniadamente feliz soñando, siendo parte de una locura que le convertía en cenizas sus armas contra el mundo, que la dejaba expuesta en cuerpo y alma. La literatura, la música, el arte en general, habían saltado de los libros para ser parte de su realidad; ella había decidido firmar el pacto ficcional y mientras el libro no se acabara, ella estaba viviendo (aunque, paradójicamente, el otro personaje principal de la historia la dejara sin aire).
Todas sus filosofías e idolologías se reinventaban, esa chica escurridiza que sólo se dedicaba a observar, a tomar nota de los hechos, se había convertido en una perfecta novata en este trabajo llamado vida. Sí, ahora estaba desempeñando el cargo de ser vivo, ser que padece en las entrañas, ser que solo es. Abandonó su falsa cárcel en cuanto le conoció: un primer encuentro con sus palabras (con las de ese otro ser que también estaba en ese proceso de aprender a vivir) fue suficiente para no sentirse sola, fue la grieta que hizo que su mundo convulsionara por completo.
La primera vez que se enfrento a S un sutil temblor se encargo de marcar la presencia, el preciso momento en que todo cambio. Este nuevo personaje se introducía entre los barrotes de su existencia y la hacía presa de sus acciones (de sus vicios, jamás de sus culpas), nunca antes las ganas de luchar por un futuro incierto habían perdurado, nunca antes la locura había mostrado una cara tan hermosa, nunca antes construir un imperio resultaba encantador. S tenía porte majestuoso (una especie de demonio usando ropas de ángel), poseía entre sus labios el verbo de la serpiente que participo en la caída adánica, el toque de mármol lapidario (aquella piel que cuando rozaba despertaba la sangre que latía en sus venas) y la fascinante sonrisa. S es delirio, tortura, tentación y pecado. S lo puede ser todo. S lo es todo.
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Stand up for what you believe

And tonight

We can truly say

Together we're invincible
Invincible, Muse.


Roma nunca causo la controversia que quería. Ella, con su nombre de ciudad sagrada, con sus hombros perfectamente delineados, con su larga y oscura melena y esos ojos que nunca saben disimular; esa chica con la sonrisa contagiosa y que siempre dice lo que piensa (lo que siente). Una chica algo extraña, llorona, insegura, contradictoria, una chica maravillosa, cuya “genialidad” no era conocida por todos.
Cuando la vi por primera vez no me sorprendió, su forma de ser era regular, como cualquier otra chica, pero cuando pasó el tiempo y el interés nos fue invadiendo demostró todo lo contrario; demostró ser Roma, la incendiaria, por la que fui sacrílega y lasciva, la mejor droga nunca antes consumida, el soplo de vida para alguien cansado de deambular. Empecé a sentir la necesidad de encontrarme con ella diariamente; ese par de horas compartidas eran esenciales, las charlas de música, literatura, sueños e imaginación hacían que se me dibujara una tonta sonrisa en el rostro, que esperara ansiosa al próximo encuentro. Me fui perdiendo en sus hombros, embriagándome en su aroma; me torne adicta a su presencia y, en algún momento, ladrona de sus besos. Roma logró ser la bomba que siempre deseo ser, fue esa especie de sorpresa para la que no estás preparado, el tren que te pasa por encima sin siquiera avisar.
Ahora que despierto a su lado tengo la certeza de que todas las cosas pasan por algo, de que el destino, los dioses y el universo pueden alinearse y hacer que el olor apestoso de la realidad circundante sea tolerante, desaparezca casi que por completo. Verla dormir se ha vuelto una manía irremplazable; cada vez que mis manos rozan su piel, que puedo sentirla a centímetros de mí, hace que el hecho de que valga la pena vivir se intensifique. Sentir a Roma ceder a mis caricias, hundirse entre mis brazos, verla sumisa ante el toque de mis dedos, verla sonreír, reconocer esa mirada que grita por un beso, todo eso hace que las cosas que parecían imposible estén al alcance de la mano. Roma es mi quimera hecha concreto, el alivio a mi soledad, la seductora manzana, el vicio perfecto. Roma lo es todo.

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Y aquí estoy yo, viendo y escuchando, sin poder hacer nada, mordiéndome los labios mientras no obtengo lo que deseo.
Con cada una utilice la sugestión, les ofrecí una salida fácil, pero aún así tuvieron que encontrarse. A S le cedí mi ropaje (le dio ese porte de ángel caído que tanto llama la atención de Roma), la tente con la perfecta imagen de ver el mundo arder, con la pasión de destruirlos a todos, pero ella no quiso; le hizo justicia a su nombre y fue siempre sabia, completamente obstinada. El tiempo le enseño que no tiene que renunciar para ver las cosas como quiere que sean, la condenada experiencia hizo que quisiera quedarse luchando y, si llegase a perder, se levantaría y se llevaría “el mundo consigo”.
Con Roma las cosas lucían fáciles, ella siempre quiere verse a sí misma arder, siempre tiene el ímpetu de acabar con todo pero ese idealismo al que se aferra muchas veces la hace sorda a mis propuestas… Si tan sólo una renunciara a su terquedad y la otra a su cobardía se hubiesen encontrado al otro lado del mundo: las dos estarían compartiendo el lecho conmigo, para siempre, por siempre.
Las mañanas las pasaría con Roma, en sus sueños de nada, en su deliciosa página en blanco, en el lado oscuro de la luna; las madrugadas las disfrutaría con S, con sus discursos profundos acerca de todo y sus informaciones extrañas acerca de nada. Pero aquí estoy, observándolas mientras se tornan invencibles, incomprendidas para el mundo, perfectamente complementadas entre ellas. Dime Bios, ¿es acaso justo? ¿Por qué tenían que juntarlas? Fuiste tú ¿cierto? Sólo por molestar, por darle a Roma un verdadero significado, aunque fuese al revés, y, por ofrecer a S el piso para construir su imperio, para ser una pequeña tirana…
- No lo sé Thánatos, algunas cosas…


…simplemente se nos escapan de las manos.