martes, septiembre 01, 2015

Decisiones (o la apología de ser librero)


En los últimos dos años me he tenido que enfrentar constantemente a mis demonios, a esa necesidad absurda de mi psique de ungirme caballero. He descubierto que soy mi dragón -el mismo al que debo enfrentarme-, “tu peor enemigo sos vos”, diría Fito. Y se siente como si fuese un descubrimiento nuevo, a pesar de saber que me estoy regocijando en el agua tibia (aunque Heráclito diría que no nos bañamos dos veces en el mismo río).
Hoy ha llegado el momento de tomar otra decisión. Hace año y medio decidí -o el destino en forma de canto de pájaro lo hizo por mí- ser librero, además, ser librero en uno de los mejores lugares en los que puedes ser librero: El Buscón.
Llegue con mis ánimos lectores al cien por ciento, con la capacidad de aguantar loquitos - que al final también llegaron a la puerta de esta librería- y con muchas ganas de aprender; un año y medio fue suficiente para muchas cosas pero corto para otras. Entendí, entre el proceso de trabajo de grado y el hecho de ser librero, que amar la literatura -querer escribirla, hacerla, editarla, venderla- tiene grandes dosis de altruismo y egoísmo: eres altruista porque te ocupas del otro, de lo que le gusta, de qué le preocupa, qué quiere, y haces gala de ti mismo: de lo que a ti te gusta, de lo que lees –que te describe tan bien-; es porque en algún punto hasta eres un poco adivino, una especie de ilusionista. Eres ese barman que sabe lo que el cliente va a tomar antes de que termine de pedirlo; como me pasó hace poco, cuando alguien buscaba el libro, para regalo, de la “livilidad del ser” y yo saqué la La insoportable levedad del ser porque era obvio y si me preguntas aún no sé cómo explicarlo.
Pero esto se trata un poco de las decisiones, de lo que nos aterra, del espacio de confort .Sí, súper autoayudoso. Durante año y medio estuve en mi isla de Calipso, atrincherada en Paseo Las Mercedes, pensé en irme, en emprender el viaje, pero nada me satisfacía y la isla siempre terminaba llamándome a su centro y en algún punto esa ambivalencia se volvió ritual. Un círculo vicioso, pues.

Yo en mi círculo vicioso.


A partir del 13 de julio, cuando otros procesos estaban por cerrarse, quise salir de casa, a sabiendas de que nunca dejas la casa, de que siempre la llevas, un poco, a cuestas.
Hoy empiezo otro camino, quizás más lleno de espinas que de rosas, donde esos pequeños gestos que hace el lector agradecido –ese calor que te invade el alma a pesar de que llegues a casa con los bolsillos vacíos– sean menos perceptibles o quizás no. Durante el último año aprendí que debes hacer lo que te lastime menos y lo que te enriquezca más –tome ese “enriquecer” en la acepción que usted quiera– aunque para ello debas hacer sacrificios, como abandonar la isla que tiene ambrosía (aunque nunca hayas podido tomarla).
Esta será una nueva aventura y debo iniciarla con esos mismos ánimos de hace año y medio, renovados y maximizados, plegando poco a poco el mapa para tener las metas más cerca.
A toda la gente que conocí en El Buscón, a todo lector agradecido que me hizo el día: infinitas gracias. A El Buscón en sí mismo: me verás volver, de distintas maneras, me verás volver.

Una vez leí algo de un gran librero o quizás él mismo me lo dijo, repitiéndolo como una especie de mantra: una vez que eres librero nunca dejas de ser librero. Yo le agregaría: una vez que eres librero, que lo sientes hasta en los huesos, jamás dejas de serlo.