martes, febrero 23, 2010

Dejada, Engañada :-: V




Mi primer ecosonograma revelaba una sombra oscura cerca de mis piernas y una doctora joven, de esas que les dicen a los padres lo que quieren escuchar, le dijo a mi madre que iba a tener un bebé; mis dos hermanos la miraron, primero con desaprobación – la vieja va a tener un bebé- y luego con ternura - la vieja va a tener un bebé… tendremos un hermanito-. Un par de ecosonogramas después, mi cordón umbilical se mostraba muy pronunciado y entre mis piernas se formaba, utilizando términos de católicos misóginos y hombres mujeriegos, “el fruto de la perdición”. 

He conocido a muchas mujeres, es triste que la mayoría de ellas se consideren a sí mismas “dejadas” o “engañadas”, y que sólo muy pocas hayan salido adelante: no olvidando sus traumas ni dejándolos atrás, sino dejándolos a un lado, a sabiendas de que estos regresarán en las noches de insomnio para atormentarlas. 

Vengo de una familia de chicos, soy la de “en medio” (si es que siendo cuatro hermanos existe un único medio). Mi mamá es de esas mujeres que fueron “engañadas y dejadas” y que aún considera al hombre como el sexo fuerte y dominante (¡algunas veces creo que ella nunca lee las noticias!). Mis hermanos parecen haber sido creados para trabajar como burros, comer como cerdos, copular como conejos y mandar como reyes; no digo que sean unos animales detestables, en efecto, ser la única niña entre tantos penes me regaló juguetes, ropa, comida, ayuda en los estudios, sobreprotección y de vez en cuando alguno que otro capricho (claro, todo esto fue antes de que ellos tuvieran a sus propias “princesas”). Mi educación fue a la vieja escuela: estudia para tener un titulo, aprende a ser una buena ama de casa y tus hermanos siempre tienen la razón (aunque tanto mamá como yo supiésemos que no es así). 

Mi madre quería mantenerme en una burbuja de cristal, de sus labios nunca escuché nada relacionado con sexo y viví tanto mi infancia como mi adolescencia con manías persecutorias (¿Quién es esa? ¿Dónde estás? Ya saliste de clases ¿por qué no has llegado?), con horarios y quehaceres, sin embargo, logré destacarme en todo y mantuve a una “mamá orgullosa”. Pero dentro de mí, sentía que algo iba mal, que el mundo sí es horrible y todo lo demás, pero es más horrible vivir encarcelado y con miedo que vivir libre y con miedo. 

La Universidad: todas mis dudas acumuladas y la rebeldía explotaron cuando entré a la universidad. Estudiando una carrera rechazada por mis hermanos, con un horario detestado por mi madre y con una libertad infinita que yo no conocía, empecé a filosofar acerca del mundo y los humanos. Allí conocí a mucha gente, entre homosexuales, bisexuales, drogadictos, pacifistas, bohemios y un largo etcétera. Allí conocí a Charlie. 

Carlos era un chico que, según él, nació en el lugar y en la época incorrecta, iba unos semestres más adelantado y era un par de años mayor. Una mente brillante, un sex appeal raro y una personalidad del carajo: todos querían con él, pero él no quería con nadie. Entre conversaciones por MSN, mensajitos a media noche y quedarnos unos minutos luego de clases, Charlie y yo nos hicimos muy amigos, tanto, que un jueves -escapados de clases- , en un parque citadino, conocí la desmesura de su atractivo y el sabor de su saliva. Un par de semanas después, la pequeña princesa de mamá, estaba en otra ciudad, en un hotel barato, aferrándose a las sabanas con una mano y con la otra al cuerpo de Charlie, mientras lo apretaba con los muslos. En otra ciudad…ya que mi familia continuaba con la persecución y preferí que mamá pensara “ella está en la universidad, tuvo que irse temprano a la biblioteca”, mientras yo disfrutaba de todo lo que ella condenaba. 

Luego las cosas fueron diferentes, Charlie estaba ocupado y yo dejé pasar todas las pistas que gritaban “no es nada serio”. Seguíamos escabulléndonos de vez en cuando, pero era sólo para satisfacer una necesidad, ya no había conversaciones profundas u otras visiones de mundo, todo se reducía a vestirse luego del coito e intercambiar un par de palabras en el autobús de regreso a casa. Cuando se terminó el semestre, Charlie quería con algunas y yo sólo quería con Charlie, entonces empecé a tratar a Coco. 

Coco es una chica exótica – como su nombre-, con unos padres bohemios, es linda, amable, inteligente y sumamente precoz, con sólo 16 años ya estaba en la universidad y hablaba como si ya se hubiese graduado. Ya la conocía –entramos en el mismo semestre- pero nuestros encuentros anteriores habían sido medio nulos. Al principio ella no sabía nada de Charlie, pero una tarde terminé llorando recostada de una pared mientras ella sostenía mi mano, contándole la historia de una mujer “dejada”. Coco empezó a juzgar a los hombres, a hablar de ellos como si le dieran asco y me confesó que yo le gustaba demasiado como para dejar que un imbécil me hiciera llorar. Entonces pensé en mi madre, en la cuestión del sexo fuerte y el infarto que le daría si viese a su niña besando a otra niña, así que la besé. 

Coco y yo empezamos a salir, era fácil decirle a mi madre que iba al cine con mis amigas; comenzamos a encontrarnos furtivamente y teníamos una relación casi que secreta. Mi familia se destacó inculcándome la paranoia. A pesar de todo, yo seguía pensando en Charlie y aunque Coco fuese dedicada, detallista y atenta (en Todos los aspectos), me seguía molestando Charlie: Charlie y sus nuevas chicas, Charlie y su discurso inteligente, Charlie y su forma de agarrar por la cintura. Charlie, Charlie, Charlie. Empecé a entender el trauma de las mujeres dejadas y Coco notó que no lo había superado. Tuvimos una gran pelea. Ella se fue a una fiesta, donde él se encontraba y le reclamó su falta de tacto conmigo, su actitud, Charlie alegó que nunca tuvimos una relación como tal y la disputa se convirtió en un debate ontológico sobre las reglas de las relaciones interpersonales. Terminó en tablas. Coco regresó a dormirse en mi pecho y Charlie a hablarme con interés, supongo que le causaba morbosidad que la misma chica que se aferraba a las sabanas, ahora estaba mordiendo una almohada a manos de otra chica. 

Un día Coco salió con la gente de la universidad y terminaron en casa de una pana, yo no fui porque no me dejaban salir de noche. En esa fiesta, Coco se encontró con Charlie, bailaron, tomaron, hablaron y para Charlie, una cosa parecía llevar a la otra. Intentó seducir a mi chica y ella huyó despavorida pero Charlie, entre drogado y ebrio, no sabía cuando rendirse y terminó llevándola a un cuarto, intentando violarla. Coco no se lo permitió y le dio un empujón, él chocó contra una mesa y cayó al piso inconsciente: aunque a Charlie no le haya sucedido nada y entre ellos no ocurrió nada más allá del forcejeo, mi chica se sentía humillada y le daba de todo regresar a la universidad. Pasamos una semana alejadas de las aulas y luego decidimos que para dejarlo a un lado debíamos hacer algo, así que averigüé cuando sería la próxima fiesta, me remití al expediente personal que tengo de Charlie e idee un plan: mi Coco iría a la fiesta, bailaría sensualmente cerca de él, provocándolo con esa discreción tan característica de ella y se mostraría amable, pero las cosas tomaron otro camino. 

Charlie llegó extraño a la fiesta, se sentía un poco mal y decidió que sólo tomaría cerveza, mi plan empezaba a fallar. Coco no iba a poder ofrecerle el Symbyax como si fuese una pastillita de éxtasis y entonces no le haríamos pasar un susto. La noche fue avanzando y entre juegos de borrachos, Coco retó a Charlie a aspirar una línea de nevazucar de su abdomen, y él, alimentado por la lascivia y el alcohol, aceptó el reto. Coco es una chica brillante. Pasaron unas horas antes de ver los efectos, Charlie terminó vomitando y Coco recaudó evidencias para demostrarme que mi plan había funcionado, buen susto que le hicimos pasar, pero... Charlie no despertó al día siguiente. 

Al enterarnos de la noticia, Coco y yo nos asustamos, pero en vista de la causa de muerte (sobredosis de pastillas + alcohol), asumimos que la culpa no fue nuestra – tan sólo ¼ de la pastilla triturada y aspirada no pudo causarle un infarto-. Coco aún seguía sintiéndose mal por la muerte de Charlie, pero ahogaba sus culpas en mi entrepierna y en ella esa sensación desaparecía. Con el tiempo, Coco se cansó de los encuentros a escondidas y los días en los que yo no podía estar con ella, se fue a frecuentar lugares nuevos y a conocer gente nueva. Así es que se siente ser engañada. 

La gente en la universidad que sabía de nuestra relación preguntaba si había terminado con ella y yo respondía que sí, sólo para que dejaran el fastidio. Una tarde, Coco estaba acostada en mi abdomen y le pregunté con cuántas chicas se había acostado esa semana, ella no supo responderme, intentó excusas, me llamó paranoica y se levantó enojada. Yo me aguanté las lágrimas - ¡aguántese! ¡Porque los chicos no lloran!- y le dije que era mejor terminar todo. Ella no quería hacerlo, me llamó cobarde por no enfrentarme a mi madre, por cumplir con sus estúpidos horarios, me echó la culpa de sus infidelidades y se le salió la inmadurez de los 17 años. Yo me callé, me largué con el corazón roto y no regresé a la universidad, de todas maneras ya habíamos terminado las clases y venían dos largos meses de vacaciones. En esos meses entendí a las mujeres “engañadas”, la frustración, la sensación de idiotez. 

Congelé el siguiente semestre y me puse a estudiar algo que complaciera a todos: Ingeniería. Cuando regresé a la universidad, me dijeron que Coco estaba en una “clínica de reposo”, que había empezado a delirar con gente que la perseguía, que le enviaban amenazas extrañas a través de la web, la llamaban al celular y que su delirio llegó al clímax cuando se levantó en pleno salón de clases y gritó “¡Yo maté a Charlie! ¡Yo lo hice!”. Pobre chica. 

Confieso que nunca fui hermosa, una vez Charlie dijo que lo que más le gustaba de mí era que, en la cama, lucía como otra persona. Tampoco tengo un discurso tan elaborado como el de Coco, pero me las he arreglado para, al menos en papel, hacer que mis palabras se vean bien. En las vacaciones, mi mamá se quejó de que trabajaba como burro y comía como cerdo, sin embargo nunca se enteró de que forniqué como conejo y llegué a ser reina de dos seres que se supone eran mejores que yo. Aún recuerdo a Charlie, tomándose una “pastillita de éxtasis” antes de revolcarse conmigo como un animal, tomando vino desde temprano a mi lado, para luego irse a la última fiesta de su vida. Por lo menos le hice el día anterior a su muerte, Inolvidable. Y Coco, mi linda Coco, su voz aterrorizada por teléfono y el sentido de culpa invadiéndole los sentidos, la razón. 

Algunas noches pareciera que lo he superado todo, sigo desatancándome, manteniendo a una “mamá orgullosa”, pero en pleno insomnio regresan los viejos traumas, las historias como éstas, las de una mujer “engañada” y “dejada”…aunque también….“Vengada”. 




jueves, febrero 18, 2010

Confesiones

Confieso que cuando digo “voy a dormir” generalmente me tardo media hora en ir a hacerlo

Confieso que soy celosa e impulsiva y que se me amenaza fácilmente (problemas de inseguridad)

Confieso que mi cuarto está rodeado de detalles que me recuerdan a tu persona

Confieso que me sentí atraída desde que te vi por primera vez

Confieso que me gustaste desde que te vi venir a lo lejos

Confieso que le tengo pánico al día en que te des cuenta de que eres mi obsesión y te hartes y renuncies

Confieso que no me gusta renunciar, que soy terca y que me da igual dejar de lado algo que no me llena

Confieso ser una paradoja.

Confieso escribir de gente que conozco, escribir continuamente de mi misma, escribir, escribir, escribir, escribir, dentro de mi mente, algunas noches es sólo escribir

Confieso que al día siguiente no recuerdo que escribía

Confieso que es una locura sentir que tus latidos me hablan y pretender saber que dicen

Confieso que quisiera que me confesaras si es de verdad, si en efecto tengo razón

Confieso que escuchar Rodolfo de Fito Páez me pone algo triste, que NO puedo escuchar 3 canciones del soundtrack de P. S: I love you, porque se me hace un nudo en la garganta y empiezo a llorar

Confieso que amo las comedias románticas, que lloró cuando terminan, que creo en el príncipe azul – que usa túnicas Kokiri- y que puedo ver esas películas una y otra vez

Confieso que mi príncipe azul es my Little Prince, que es rosa, zorro y aviador al mismo tiempo

Confieso que nunca había hecho un setlits para una ocasión y que me molesta que ni siquiera sepas cuales canciones tiene

Confieso que no sé confiar, que tengo miedo, que soy cobarde, que si algo pasa yo saldré corriendo

Confieso que eres mi adicción y que eso me asusta

Confieso que me da miedo participar en concursos porque no me gusta la sensación que deja ser perdedor cuando realmente te gusta lo que enviaste

Confieso que no sé manejar bien las críticas

Confieso que sonrió cada vez que hay algún detalle para mí en algún lado

Confieso que me alegra inmensamente que estés orgulloso de mí

Confieso que soy vanidosa y que necesito que me recuerdes por qué estás conmigo

Confieso que detesto salir cuando estoy en modo “blah” o “mamarracho”

Confieso que soy un maldito libro abierto, que dejo colar mis emociones, que todos se enteran de que soy vulnerable

Confieso que me da miedo no lograr mis sueños, no hacerlos realidad

Confieso que siento que algunas personas me tratan por cortesía, porque no les queda de otra

Confieso que de tantas confesiones son las 2am y tengo sueño…

Confieso que ahora si me voy!