miércoles, julio 23, 2014

¿Cuándo nos militarizaron?

Después de los hechos sucedidos entre febrero y abril, hechos que ya todo el mundo conoce, el país ha entrado en una calma forzada.

El miedo se ha adueñado tanto de nosotros que ni siquiera una acción contundente de protesta de calle (individual o colectiva), surge. Lo supe cuando tome un avión a Buenos Aires, con la esperanza de quedarme, cuando la última imagen que recuerdo de la ciudad (de mi Caracas existencialista) es la de los militares en las entradas del túnel, cerca del León: esa metáfora de domadores inservibles ante una fiera exhausta, cansada ya de pelear.

Volví (los primeros intentos siempre son erróneos) y la tensión sigue. Decidí no revisar redes sociales, intentar no discutir sobre política pero es inevitable: cada día estamos más llenos de malas noticias, regocijándonos (inconscientes o no) en nuestra miseria, incluso burlándonos de ella. Intento entender por qué no lo puedo cambiar, intento registrar (desde mi comodidad, desde mi miedo, desde el lenguaje) lo que nos hace esta época, lo que nos está tocando vivir.

En los feriados que han ocurrido (el 24 de junio, el 5 de julio) me he encontrado con equipos antimotín, sobre todo hacia el este de la ciudad; mientras que el 5 de julio, hacia el Ipsfa, viví en carne propia a una jauría que clamaba otro show císquense de militares que, en efecto obtuvo. Me asquea, debo decirlo. Me asquea, no sentirme cerca de esa gente y me hace sentir terrible decirlo, sentirlo, pero me pregunto: ¿cuán más bajo podemos llegar? ¿es que acaso ya no existe la sorpresa, el estupor?

Ayer, cuando fui a dar mi clase en la Casa B, me encuentro con un despliegue de militares/policía militar/sujetos vestidos de verde, con armas largas y cortas, en diferentes estaciones del metro: cuento seis en el lado izquierdo de la estación Plaza Venezuela  y dos en el andén. Ya el sábado un titular de algún periódico me anunciaba que eso pasaría pero algo no me gusta, tanto verde es sospechoso. Mientras camino hacia Carmelitas cuento tres afiches del presidente de China, intercambiados con los del presidente actual y el presidente muerto. Sigue resguardando otro equipo antimotín, desde febrero, Miraflores, y la zozobra se hace evidente.

Abundan los militares, abundan las despedidas (las frases hechas: "Tenemos a donde llegar", "Ya casi ni nos veíamos en Caracas"), abunda esa sensación de quiebre, esa literatura sobre migración que grita ¡CÓMPRAME!, ese educarse para largarse. Abunda el cuestionamiento, las preguntas sin respuestas.

En la noche, al llegar a casa, encuentro nuevamente a los policías, leo en sus ojos cansados un día de caza, algo irresoluto que los tortura (que nos tortura). Vuelvo a preguntarme: ¿Cuándo nos militarizaron?



Nos acostumbramos tan rápido, de febrero hasta acá, a ver un montón de guardias que ahora verlos en el metro no es tan sorprendente, o por lo menos no para la gente con lo que he hablado. A mí me abruma. En algún momento pensé que dictadura era no poder expresarte ni moverte con libertad, ahora sé que para lograr eso solo necesitan un elemento, algo sencillo para privarte de todo: el miedo.