A finales de octubre me enfermé. Tuve un reposo largo. A mi
alrededor muchos decían: al menos tendrás tiempo para leer. Las ganas de
ejercer la lectura llegaron casi finalizando el reposo. Sin embargo, decidí tomar
un libro "ligero": una novela llamada "Si te abrazo, no tengas
miedo" del escritor italiano Fulvio Ervas.
Este libro lo empecé a leer en Librería
Kalathos en una de mis visitas pero llegó a mi casa más tarde, gracias a mi
hermana.
La novela abre con las siguientes frases:
"Hay viajes en los que nunca te marchas cuando te vas.
Te marchas antes.
A veces mucho antes."
Palabras que me han acompañado desde mi enfermedad.
La historia es sobre un viaje que hacen dos personajes:
Franco, el padre de un niño autista, y Andrea, su hijo autista. La maestría de
la novela radica en cómo con palabras simples se nos dibuja el mundo de Andrea:
sus colores, su sentir desenfrenado y el humor necesario para sobrellevar una
situación a la que los otros no están acostumbrados.
“Me dan ganas de reír si pienso en lo que pasaría si el mundo estuviera bajo el control de Andrea.
Para empezar, las semanas serían de un color. En la semana del rojo, el comercio de zanahorias, naranjas y tomates tendría vía libre.”,
dice Franco, intentando acercarnos el mundo de su hijo.
Es una novela plagada de viajes: el viaje que ocurre dentro del
texto, el viaje interior de cada uno de sus protagonistas (esa selva oscura de
la que habla Dante al inicio de La Divina Comedia), un viaje por el autismo y
el viaje del lector que también, por ser un buen libro, se va transformando
mientras lee.
Una novela publicada por la Editorial Planeta en 2013 |
Terrestre aprendo a ser
Hay una conversación entre ambos protagonistas, ya hacia el
final, donde Andrea dice: “Mundo paralelo es el autismo tengo que aprender de
terrestres”, su padre le dice: “Y tú… ¿No eres un terrestre?”, él contesta
"TERRESTRE APRENDO A SER" [mayúsculas mías].
Eso, esa ansiedad por la tierra, hizo resonancia: ese asunto de sentirnos parte,
un poco la terredad montejiana; quizás con la gran diferencia de que no todos
somos pájaro, no siempre hay canto o capacidad de vuelo, a veces es atadura
nuestra condición terrestre.
Algunas veces el
papá, con todas las dificultades que su rol paterno implica, desea ser como el hijo,
tener esa ligereza de ver el mundo distinto, desde arriba, con una consciencia
más profunda del infinito, como diría Montejo: “Estar aquí en la tierra: no más
lejos/ que un árbol, no más inexplicables;/ livianos en otoño, henchidos en
verano,/con lo que somos o no somos”. De alguna manera, Andrea, en ese mundo
ajeno, puede comprender eso, puede entender la terredad y ansiarla.
Evras también alude a la soledad, no sólo a la soledad de
quien quiere ser terrestre ni de quienes padecen una enfermedad como parientes
del paciente, algo que poco se toca en otras historias y que cuando se hace
suele ser amargo; es la soledad individual que se va transformando en la
soledad del mundo. Lo que sucede cuando dejamos de gustarnos y nos encerramos,
la prisión mental que no permite que nos acerquemos a los otros y que estemos
siempre alertas para no repetir patrones, quizás tan alertas que nos perdemos
de demasiadas cosas.
Hay una carta con un mensaje bastante optimista que, quizás
dentro del contexto de la novela no parezca suficiente, pero que en momentos de
enfermedad, de dureza y de ganas de renunciar, en momentos como estos, es
necesario recordar:
“Si te amas a ti misma, amas la vida, y la vida nunca nos deja solos. Cansados, a veces, pero nunca solos”.
Resultó que tanta ligereza me dejó encantada. La novela
funciona para hacer compañía, para compartir entre lo simple y lo difícil, y encontrar, entre
tanto camino recorrido, un poco de serenidad.