Caminaba por una calle que
parecía ser de Santa Mónica, buscando una farmacia abierta. Era tarde, estaba
oscuro. Encuentro una farmacia a medio cerrar y pregunto desesperadamente por
Atamel; “no hay”, me dicen. Veo pasar lo
que creo es un metrobús (todo se trastoca en lo onírico) y corro hasta la
parada, a pesar del dolor en las rodillas. El metrobús no para pero abre la
puerta y cuando subo me doy cuenta de que es un autobús tipo ejecutivo, “conducido”
por un bebé y que realmente está fumigando la calle a través del tubo de escape.
Intento detenerlo porque es peligroso y casi choco con un carrito pequeño.
En el carrito pequeño va mi amiga
Nao con otra chica muy guapa, llegan de una reunión (están todas arregladas) y
les pido que me lleven a mi casa. Necesito acostarme. La chica guapa no sabe cómo
llegar y mi amiga le explica. Cuando vamos a agarrar la autopista, encontramos
una alcabala, entonces la chica guapa me pide recoger todo lo que las involucre
con el partido porque le pueden allanar el carro. Yo empiezo a meter revistas
de cocina y revistas de arreglos florales en mi bolso. Nao me dice que parezco
más estudiante que ellas.
Pasamos la alcabala y hablamos,
vemos una segunda alcabala y antes de llegar mi amiga empieza a decir “Cochinones
feos, cochinones feos, feos cochinones” y el guardia nos toca el vidrio. Me
pregunta, con el ceño fruncido, “¿Quiénes son los cochinones feos?” (la queja
silenciosa se hace grito en sueños) y yo
le respondo “Los perniles que vimos en el supermercado. No están buenos” y él
nos deja ir.
Así sueña uno al país cuando
tiene fiebre.
Carl Spitzweg- El poeta pobre |