miércoles, junio 24, 2009

Volumen, sentido, ascenso

Tya se miro al espejo antes de salir, se quedo un rato disfrutando de la imagen imaginativa de su reflejo: una chica segura de sí misma, con un cuerpo estupendo, que usa cuero y tiene en su pantorrilla una daga escondida, esa chica que mueve las caderas y sonríe como los ángeles, esa chica que Tya no es.

Al salir notó como el calor le quemaba los hombros (descubiertos) y también recordó que no se había peinado…Ya que importa…, pensó.

Sumergida en su Ipod, la voz de Mat la guiaba por las bullosas calles de Caracas, la insistencia de “I’m feeling good” le hacía sonreír. Se imaginaba bailando por la ciudad desierta, cantando a todo pulmón, divirtiéndose como nunca. Al entrar al Centro Comercial se sintió aliviada, era un lugar anónimo dentro de la metrópolis, algo solitario, diferente, como ella. El ascensor escondía su esplendor detrás del cartelito de “Fuera de servicio”; ella sabía que esa noche tendría que usarlo, y esperaba ese momento con ansias: quizás la chica valiente saltaría del espejo y se apoderaría de ella, dejaría fluir todo lo que sus deseos esconden.

Verlo implica lo de siempre: el pulso acelerado, los cambios de temperatura, el sonrojamiento, las ganas de saltarle encima como desde el primer día. El contacto con su piel quema, su mirada desnuda, expone sin miramientos, sus besos alienan, sus brazos protegen, su olor es como un pase de cocaína, the perfect drug. Todo en él produce adicción: el estar ante su presencia hace que el mundo se transforme en un caleidoscopio, él da energía, despierta las ganas, despierta lo inimaginable. Por él vale la pena aguantarse al mundo, por San, vale la pena ser.

Sé que es un tema desgastado, que esta historia no tiene nada diferente a las anteriores; sé que ha sido contada con los mismos protagonistas pero bautizados de otra manera, sé que todo lo que sigue ya lo sabes. Sospecho que el mundo es un círculo que se cierra en el punto exacto donde acaba mi destino y empieza el tuyo, o el de San, o el de Tya, o el de cualquiera. Si continuaste leyendo hasta aquí, implica que algo más andas buscando, que aunque sepas que es la misma historia de siempre, hay algo que te obliga a continuar estas líneas (como a mi ese “algo” me instiga a escribirlas) y algo que hará que llegues al final de esto. No lo sé, detente cuando quieras. Detente ahora.

San la esperaba en la puerta del teatro. Tya lo diviso desde lejos y empezó a sentirse nerviosa (nuevamente, como desde el primer día…), el vestido negro y su cabello ondularon a causa de una breve brisa y San pensó en lo hermosa que se veía. Se saludaron y entraron. El olor de San atravesó los sentidos de Tya, y la calidez de la piel de Tya hizo tambalear a San. Esa noche sería inolvidable, y ambos lo sentían.

Las manos de San acariciaban la pierna de Tya, el vaivén de sus dedos sobre la ropa y la forma sutil de apretar el muslo hacían que la chica perdiera la concentración en la obra. El soliloquio de uno de los personajes se perdía, la voz del actor se mezclaba con el olor del perfume del chico; ese olor se introducía en los sentidos de Tya, los nublaban. El condenado olor hacía que quisiera besarlo, tocarlo tal y como San la tocaba a ella. La mano de Tya empezó a deslizarse por la pierna del chico, sus dedos empezaron a dibujar desfiguradas formas en la superficie del pantalón, las ganas de besarlo arremetían contra cada célula.

Uno de los personajes de la obra citaba a Hamlet (“¡Oh, vergüenza! ¿Dónde está tu rubor?”), y Tya se preguntaba así misma eso: Vergüenza, ¿Dónde te has escondido?....

La chica imaginativa del reflejo en el espejo había poseído su cuerpo: sus manos querían recorrer, explorar, sentir la blanca piel debajo de la ropa; sus labios querían encontrarse con los de San, extraer de ellos ese dulce veneno que la aniquilaba poco a poco, satisfacerse de sus besos (¿acaso es eso posible?). Otro personaje de la obra -un hombre trajeado de negro, con aires de supremacía y con espíritu empobrecido- decía:

“Hay que curar los sentidos. El individuo se hace esclavo de su lujuria, pero ¿es qué acaso no todos somos pecadores debajo del cielo del Señor? Si esto es el infierno, a gusto soy maldito…”

San quería abandonar el teatro, las manos juguetonas de la chica y esa forma de morderse los labios lo estaban enloqueciendo. La oscuridad, los juegos de luces, las voces lejanas de los actores y las caricias de Tya, se conjugaban para despertar en él las ganas de besarla y no detenerse, porque el cielo estaba sus labios y los besos de esa chica lo hacían inmortal. Ella es su gloria y su perdición, ella lo es todo.

“La vida, mi estimado amigo, no se reduce a sueños o a dinero. La vida…es un circulo… una circunferencia... una esfera… algunas veces cerrada, otras abierta, pero siempre requiere de nuestra participación… con sus ángulos, áreas, curvas, volúmenes y superficies... La imagen inconclusa del universo, necesita de la mirada caleidoscópica para formar una imagen completa y, lo más importante, compleja. Una imagen que reúne al individuo y a todo lo que le rodea...”

La obra había terminado. Tya, tomó la mano del chico y salió apresuradamente del teatro. Afuera, la prensa quería conversar con el escritor de “Semejante pieza maestra”, pero ambos hacedores huyeron hacia el ascensor. San tenía sus manos en la cintura de Tya, el ascensor se abrió de par en par, haciendo que el cartelito de “Fuera de servicio” se tambaleara y brillara en la negrura. Al entrar en el aparato, los besos se hicieron más apasionados: el cuello de San era víctima del instinto vampírico de Tya, mientras las manos del chico se aferraban a las piernas de la chica, levantando el vestido hasta el muslo y, en el espejo, la luz mortecina del ascensor hizo resplandecer la daga escondida.

- Déjame meterme en tu piel cual droga ilegal (Tya)
- Me matas…tus caricias son mi alimento, tus besos mi absolución (San)

Al abrirse el ascensor nos encontramos todos. San y Tya, ambos sonrojados, atravesaron el salón circular hasta la recepción y pidieron su llave de habitación. Mientras, yo huía de la prensa y tú, leías esto.

martes, mayo 19, 2009

Ataque del perseguidor

La mañana estaba clara, el cielo brillaba de azul y amenazaba con ser un día soleado… aún así sus ganas de estar se reducían a nada: el hecho de pensar en el calor, en los mismos lugares de siempre, en la misma cantidad de gente, en los rostros familiares, en el mismo discurso académico y en la misma rutina asfixiante, la enfermaba. La sombra del fracaso, su propio fantasma perseguidor, la envolvía cual capa de lluvia, había algo en ese día que la obligaba a querer renunciar, esa precisa sensación de frustración invadía cada célula y reducía todo a la palabra DESAPARECER.

Había pensado en los últimos 20 minutos que le diría, quizás empezaría aclarando que tenía una idea fija en la mente, una que no abandonaría por nada; quizás simplemente le diría “Quiero huir” y colgaría el teléfono, buscando una llamada como respuesta, una más desesperada que la mía; quizás simplemente no debería llamar.
Después de un viaje en metro, donde lo único que intentaba era controlar y asfixiar las lagrimas que amenazaban con salir y, desaparecer los malos pensamientos de mi mente, por fin llegué al único sitio que conozco dentro de esta puta ciudad en el que puede haber algo de silencio, un lugar donde todo se calla.
Me eche en la grama y respiré, mientras dejaba salir todo lo que en un pésimo intento quise ahogar. A los minutos tome el teléfono:
- ¡Hola! – quería salir de esto de una vez- ¿Recuerdas que te dije una vez que quería huir? – y mi voz se fue quebrando, un gran nudo en la garganta se fue formando y tuve que colgar (la voz ya no me salía). Él volvió a llamar, yo había optado por escribir un mensaje de texto, aunque mi grito desesperado se pudiese transformar (mediante ese medio) en algo impersonal; atendí.
- Eh… continuando…- maldito nudo que no termina de desatarse o de asfixiarme por completo- ¿Recuerdas que dije que alguna vez quisiera huir?
- Sí… – el pobre chico sonaba un poco confundido, quizás algo asustado- ¿Qué pasa?...
- Bueno…- mi voz volvía a traicionarme (¡come on! Sé que puedo hacerlo, puedo terminar la frase)- … hoy es ese día. Estoy en el lugar donde el silencio es virtud. Tengo una idea inmovible… ¿Puedes y quieres venir?
- Dame unos minutos y te veo allí- su voz segura me calmo, ya no tendría que estar sola en medio de esta situación que no lograba entender.
Noas, mi ángel caído, vendría al rescate, vendría a iluminar las penumbras con su sonrisa.

Al colgar, tres preguntas se repiten en mi mente: ¿Por qué llorar? ¿Por qué vivir? ¿Por qué dejar de hacerlo?...Solía ser un poco más sencillo… o ¿en realidad nunca lo fue?
Las interrogantes cambian con la velocidad de la brisa: me pregunto cuál es la forma del perseguidor, a que huele o si puedo patearle hasta morir. No logro escuchar con claridad lo que dice, lo único que sé es que despierta esas ganas terribles de salir corriendo, de todos y de todo, sin razón aparente…Sólo huir, correr, desaparecer. Sin explicaciones, sin nada.
Pienso en el escritor ocioso, la imagen del poeta que se sienta a esperar que el mundo pase, se me hace recurrente. No soy poeta, y es allí donde las contradicciones propias del mundo moderno entran. No soy poeta y eso duele, quizás esa revelación tan desagradable sea lo que el perseguidor está tratando de decirme, que sólo soy un cobarde que huye sin sentido de un mundo que le desconoce, al que le importa un bledo si sus letras son desesperadas o si siquiera tiene algo que decir…
Noas apúrate, quiero dejar de sentir que cada átomo pesa.


A Noas no le gustan los lunes. Es un idealista que puede levantarse sintiéndose suicida y acostarse esperanzado (o viceversa); suele creer en cambiar el mundo, le fastidian los relojes y la presión que trae consigo el tiempo, ama el olor a tierra mojada y el sonido de la lluvia, las tardes frías y los ocasos de cielo anaranjado, odia el calor. Noas es un chico condenadamente romántico, algo loco, que puede llegar a ser un idiota, quizás un poco solitario, inseguro, sarcástico, paranoico (¿acaso no lo somos todos?).

Al fin llegó: existe algo en esa presencia que es irresistible, es el terrible encuentro con algo inexplicablemente hermoso, insoportablemente tentador, una presencia que puede regresarle la luz a un eclipse de sol (lo sé, hoy estoy particularmente romántica).
La mirada de ese chico desarma: cuando sus ojos se enfocan en un punto y la sonrisa se le va dibujando en el rostro, todas tus defensas psicológicas y manías de no confiar en la gente se disuelven; cuando sus manos rozan tu mejilla y sus dedos utilizan tus brazos como camino hacia tu cuello, la sensación que despierta parece querer llevarse todo de por medio: es el condenado toque, roce, caricia, que parece arrastrarte a un mundo donde sólo hay dos, donde el comportamiento políticamente correcto se va al demonio, y la vergüenza y el pudor parecen cubrirse de colores, sí, suena como si fuese la mejor experiencia alucinógena (con una canción de Nine Inch Nails de fondo) que puedes tener, es un viaje fuera de este mundo y que sólo sucede con el toque de su piel, con su mirada, con su condenada sonrisa.

El perseguidor se ha callado. Entre sus brazos he ahogado las últimas lágrimas de pesadumbre, la desesperación. Con un beso lo ha borrado todo, con su presencia sin pedir explicaciones, con su estar, ha regresado mis ganas de ser.
El día termina en una montaña, en un maravilloso atardecer, donde vuelvo a pensar que algunos pensamientos se borran con el ocaso; donde sus brazos vuelven a darme esa seguridad inexplicable que me brindaron desde el primer día en que le conocí, donde puedo decir:…y ahora, llévame al horizonte.
Sólo por esta noche, el perseguidor ha desaparecido.

lunes, abril 27, 2009

Recuento de una pesadilla

Hoy me levanté y el mundo se sigue cayendo a pedazos: este condenado apocalipsis se está tardando demasiado. Las calles vacías, algunas esquinas congeladas y otras incendiándose, otro mendigo más acaba de ser desintegrado, lo sé, lo siento en el olor que queda… ¿dije mendigo? Quise decir político, sí, realmente apesta. En el centro de la ciudad un pedazo de cielo se ha caído, hay un hueco enorme en la atmósfera por donde las esperanzas se escapan. Hoy amanecí con ganas de decirle sí al mundo, a pesar de que no desperté a su lado, pero el condenado agujero se alimentó con mis ganas.

No importa, hay que seguir rodando. Alguien me espera detrás de la puerta, en la casa con los vidrios cubiertos de hielo.

En los centros comerciales, los televisores prendidos gritan el fin del mundo ¡Demonios, que se acabe de una vez! 

Me pregunto cuántas personas en las esquinas de sus habitaciones habrán decidido enfrentarse al vacío con los ojos bien abiertos; cuántas estarán escondidas debajo de sus sotanas (detrás de sus pecados), rezándole a un Dios que no conocen; cuántos niños en las piernas de sus padres escuchándolos llorar deseando que todo acabe; cuántos ancianos habrán abusado de sus pastillas para dormir… Quizás todo esto ya pasó y sólo quedamos ella y yo, quizás sólo son nuestras sombras aferradas a un reflejo ilusorio de un mundo apocalíptico.

Ya estoy por llegar, en la plaza un grupo de ciegos andrajosos se ríen a carcajadas, ellos (ahora) ven lo que quieren ver y sonríen, se alegran porque al fin pueden ver, no sólo observar. Del campanario de la iglesia un monaguillo se ha guindado, las campanas repiquetean y su cuerpo va y viene con el sonido, los ciegos siguen riéndose, sonriéndose unos a otros, sonriéndole al cielo.

La acera está congelada, atrás se escucha un estrepitoso ruido, sin necesidad de voltear sé que es una adolescente triste que quiso volar, me pregunto sí sintió que lo hacía. Vuelve a oscurecerse el sol…otros cuerpos serán desintegrados.

...

Llegué a la casa, al abrir la puerta ella estaba esperándome, su sonrisa lo ilumina todo,siempre lo ilumina todo.  La abrace y en ese momento, el cielo se tornó de un color rojo cobrizo, seguido por un estruendo que hizo parecer que se nos venía encima el firmamento... pero supe que todo estaba llegando a su final cuando sentí ese extraño, y aún familiar, sabor a oxido invadiendo mis papilas y mi olfato.

...

Me pregunto cuándo comenzó todo, si fue ella hablando con su fantasma incorpóreo en un bar imaginario o fui yo hablando con mi reflejo en un baño. No importa, ahora sólo es un mal recuerdo.


**El fragmento en cursivas es del colega Mr. GGD y también la foto utilizada para este post… ¡Antes de que me acusen de plagio! xP 



Preguntas barrocas

Cuando te decepcionas de tus semejantes ¿Qué es lo que queda?

Humanidad, humanidad, humanidad… ¿Detrás de cual máscara te escondes?

La realidad posee un peso inalterable, siempre es grave y absolutamente molesta. La muerte permea, está eternamente presente ¿el fingir evitará que me lastimen?

La vida es un teatro. Representación tras representación ¿no nos perderemos dentro de tantas facetas?

En el lado oscuro de la luna, en el otro lado del espejo, al lado contrario del camino, detrás de una puerta cerrada, dentro de una casa vacía ¿qué puedo encontrar? ¿lo que es o lo que parece ser?

Me niego a parecer, ¡quiero proclamar inmediatamente lo que soy!

No, no me gusta mentir, no quiero, no creo en eso, no traicionare mi filosofía por miedo, por no salir herida. Llámame masoquista si así lo quieres.

En este mundo no hay cabida para los idealistas.

sábado, abril 18, 2009

Taza de café

Ella entró, colocó su pantorrilla sobre la cama y con su pie empezó a acariciar mi pierna. “¡Levántate!”, dijo. La luz del sol se le reflejaba en la piel, la exquisitez de su blancura y la mirada divertida en su rostro predecían mi siguiente reacción:

- No quiero- dije somnoliento, esperando una mueca de reproche.
- Me obligaras a levantarte – respondió- Ven, ven, ven, café mira…- y me percate de mi taza de café en su mano ¡Ni siquiera habíamos desempacado y ella ya tenía mi taza! Abrí los ojos y volví a cerrarlos, luego volví a abrirlos y le dije:
-¡Qué abuso vale! Me estas tratando como perrito…- y sonreí.
-Está bien- frase entre malcriada y solazada- Misu, misu, misu, misu…ven gatito…café…- mientras agitaba la taza y no dejaba de acariciar mis pies con los suyos
¡Dios!¡¡¡que hermosa!!!
-Graciosa ¿no?...Humor mañanero, me gusta… pero ¡No me voy a parar! – negué con la cabeza.

Ella se acercó, aún tenía el cabello húmedo, colocó la taza de café en el piso mientras se inclinaba a centímetros de mi cara, se mordió los labios, ¡mi camisa le quedaba tan bien!, empezamos a escuchar las primeras gotas de lluvia afuera, me dijo, aun a centímetros de mí:

- Está bien. Ya empezó a llover. Te dejo el café…iré a desempacar.

No sé si fue la lentitud de las palabras, el gesto de recogerse el cabello hacia un lado, dejando al descubierto el cuello, si fue su lengua recorriendo sus labios al terminar la frase o el olor de su piel atravesando cada uno de mis sentidos, pero cuando ella fue hacer el ademan de levantarse, la hale por la cintura y termino en mis brazos ¡No podía aguantar otro segundo más sin tenerla a mi lado, sin tocarla!, mientras mis dedos recorrían sus brazos y mis labios se encontraban con los suyos, tuve una revelación: el café ya estaba frío y esa tarde volveríamos a dormir entre cajas.
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Me desperté con él a mi lado, el primer pensamiento que atravesó mi mente: así deben de verse los ángeles cuando duermen. Eche un vistazo a mí alrededor: una habitación llena de cajas, alguna que otra prenda tirada, en definitiva esto no parece real. Me levanté para darme una ducha, para comprobar con el agua fría si todo el panorama era parte de mi imaginación o realmente estaba sucediendo.

El agua estaba a temperatura ambiente; desde la ventana, al final de la pared, el cielo parecía estar decidiéndose entre un día soleado y/o un día lluvioso. Al finalizar mi ducha me percate de que no tenía ropa que ponerme (tuve que usar la mía para secarme), así que agarre una de sus camisas - la había usado la noche anterior, por… un par de minutos-. Fui hasta la cocina, entre alguna de las cosas que estaban semidesempacadas se encontraba la indumentaria casi completa para hacer café ¡Gracias a Dios!, sólo encontré su taza de café Jejeje se pondrá territorial.

Entre a la habitación nuevamente, puse mi pierna sobre la cama, con la intención de patearlo, pero termine acariciando su pierna con mi pie:

-¡Levántate! – digo mientras bebo un sorbo de café, todavía está caliente.
-¡No quiero!- con voz de niño semi dormido. Algunos rayos de sol se filtraban por la ventana, ¿llovería hoy?... Me obligará a levantarlo…¡Come on!.
-¿Me obligaras a levantarte?...Ven, ven, ven, café mira…- señale la taza con la mirada, quizás estaba tan dormido que no la había visto.
-¡Qué abuso vale! Me estas tratando como perrito…- sonreía ¡Dios que guapo! Su sonrisa me perdía.
-Está bien- dije entre gruñona y divertida- Misu, misu, misu, misu…ven gatito…café…- empezó a sonreír más, se acomodo un poco en la cama. La temperatura de su piel era tibia, el roce entre sus pies y los míos iban sugiriendo que regresara a la cama.
-Graciosa ¿no?...Humor mañanero, me gusta… pero ¡No me voy a parar! – el gesto de negación hizo que su cuello quedará en un ángulo perfecto, mi mirada se desvió: me acerqué, coloqué la taza en el piso- su respiración estaba en aumento-, me incline sobre él, tragándome las ganas de darle un beso (afuera empezaba a llover), sus labios se ven irremediablemente apetitosos, hable lentamente: mi atención se desviaba a su boca, a los lunares de su cuello…
-Está bien- dije mientras las palabras brotaban con algo de dificultad y me acomodaba el cabello húmedo a un lado del cuello - Ya empezó a llover… Te dejo el café…iré a desempacar.

Al levantarme, sus manos me halaron hacia su cuerpo, termine debajo de él ¡por fin!; sus dedos recorrían mis brazos, mi piel, sus labios se encontraban con los míos y afuera llovía a cántaros.

jueves, marzo 26, 2009

Un par de líneas...

No sé quien leerá estas líneas
No tengo ni idea de cómo las etiquetarán
Algunas veces sueño que transito entre luces y sombras
con las alas prestadas de algún poeta maldito
Otras veces es la aureola quebrada de un suicida
la que…
brilla por su ausencia en la oscuridad

Un mundo al que no tengo acceso,
suele tocar a mi puerta a la medianoche
La melancolía – ese instinto natural hacia la nada-
baila tango apasionadamente con la muerte.

Luego despierto
con la idea marcada de que…
Algunos pensamientos se borran con el ocaso.

Pistola (* Debido a la canción de Incubus*)

Para Mr. GGD


Liam tocaba la guitarra tan mal como conducía, sin embargo, en los momentos en que el reloj parecía no moverse, él agarraba a Verónica y la acariciaba torpemente, buscando robarle algo más que un grito enojado, mientras, los minutos morían cada vez más rápido. A veces se encontraba a sí mismo intentando escribir una historia, una canción, un pésimo poema… pero no era capaz de terminarlo, las ganas abandonaban su mente y sentarse a dejar el mundo pasar parecía lo único importante. ¿Alguna vez dejó de preguntarse si realmente valía la pena? ¿Cuándo fue la última vez que sintió deseos de ver todo arder, de convertir todo en un infierno vivo?
Huir, correr, escapar, esconderse, no regresar jamás. Cobarde, sí, quizás eso, malditamente cobarde.
Todos los días una bandera diferente adornaba la puerta de sus pensamientos, algunas veces era sed de destrucción lo que lo motivaba a levantarse en las mañanas, otras… la dulce posibilidad de hacer todo bien, de cambiar lo que en días insoportablemente calurosos parecía inmutable. ¿Qué sucedió con el Liam que podía echarse en la grama a filosofar en silencio? ¿Qué paso con el músico, el poeta, el científico, el soñador?
Un día se levantó y se asomo en la ventana: dos grandes cuadros que daban a 13 descendientes pisos, la tentadora idea pasó por su mente, cientos de preguntas volcaron su noción de espacio, se sintió mareado. Al dar la espalda a la ventana se encontró con Vero, lo miraba –enojada como siempre-, se preguntó si por haber pensado en ese absurdo encuentro directo con el vacío, Vero le regalaría una sonrisa. Se alejó del borde de sus pesadillas y la tomó, al principio con ternura luego con ferocidad, de nuevo sus ganas de chocar de frente con el vacío lo atormentaban ¡¿Cuándo acabaría su cobardía?!
“Un par de años, nada más, crecer sólo tomará un par de años… Algún día te cansarás de tanta rebelión y querrás estabilidad”. Se equivocó, como con todas las lecciones de vida que quiso darle. Luego de que las nauseas pasaron, quiso abandonar las cuatro paredes que le hacían sentir a salvo, “nada de volar. Los pies siempre en la tierra”, una vez más las palabras de alguien incapaz de cumplir con su filosofía.
…Las calles vacías de una ciudad en ruinas desviaban su atención de los pensamientos suicidas, en algún callejón alguien gritaba acerca de la llegada de Jesucristo, en algún carrito por puesto cualquier vieja encopetada se quejaría de la situación socio-política-económica del país, y aun así, él seguía aquí, atrapado en el caos hecho concreto, intentando alienarse, intentando olvidar… “¡Intentar, intentar, intentar!¡Ya me cansé de intentar!”, esa fue una de las últimas cosas que ella dijo antes de irse, antes de rendirse. Caminó sin rumbo fijo: una camioneta, metrobus, otra camioneta, más calles vacías, menos silencio.
Frente a su tumba había un banquito -era una de las pocas que tenía una vista agradable y un lugar para sentarse-, al acomodarse en el sitio, las ganas de llorar le quebraron la voz, era llanto mezclado con ira (combinación atroz), y gritó, sólo gritó, una nota musical más para la canción del abismo…
Liam estaba escribiendo la historia de un chico que sentía que desperdició su vida, de un músico frustrado que renunció antes de empezar a soñar en grande.
Un día las penumbras habían sido alumbradas y las excusas seguían allí, millones y millones de ellas - nunca agotadas de tanto usarse-, pero el día era nuevo, existían motivos para escribir, para terminar lo comenzado, para hacer de todo fin un principio; y el sol, el hálito de luz en la oscuridad, hacían de motor suficiente para mover la maquinaria de sus letras, para comerse al mundo.
El músico buscó otros instrumentos para hacerse escuchar.
El poeta nunca permitió que lo llamarán poeta, si acaso “hombre temperamental”.
El científico experimentó con su arte (aún lo hace).
El soñador respira, camina, vive y sueña sin descansar.
Liam estaba escribiendo la historia de un chico que sentía que desperdició su vida, de un músico frustrado que renunció antes de empezar a soñar en grande. Su chica se levantó de la cama, le acarició el cuello y le dijo “Ven a la cama L, vamos a darle a este chico un final feliz mañana”.