domingo, noviembre 02, 2008

Jota

No soy la chica que usa tacones de diseñador (ni ninguna especie de tacones), tampoco la que se pone una mini falda y sale a bailar los fines de semana (en efecto, no sé bailar). No soy de las que maneja un automóvil último modelo (no tengo carro) y se conecta al Facebook para hablar del outfit del profesor de Teoría. No soy quién describes, a quién le escribes, quién te inspira. Entonces ¿por qué escribirte yo a ti? ¿Por qué empezar ‘esto’ (que al principio tenía intención de historia y ahora parece carta) describiendo a la chica que soy y que asumo que no te mueve un ápice ni te despierta nada? Porque creo que fui yo, sí, fui yo quien obtuvo lo que alguna vez pensaste que habías desterrado, botado, desechado...

Jota decidió dejar de leer, arrugó la hoja de papel y desechó las palabras de la chica enamoradiza, lanzándolas a una papelera, mientras deseaba borrar de su mente lo que acababa de leer. Ella no tenía razón, simplemente no podía tenerla.

Desde el otro lado de la habitación estaba su mejor fotografía observándole. Los ojos retratados y colgados en la pared escudriñaban sus acciones y Jota lo sabía, podía sentir el escalofrío que recorría su espalda al ser observado por esos ojos. Se sintió violado, pero fue incapaz de levantarse y descolgar el cuadro, destruirlo: después de todo esa era su mejor fotografía.

Los ojos de la chica no tenían una belleza resaltante, de esas que abruptamente te dejan sin palabras. No, sus ojos eran normales; su mirada ni destacaba entre otras miradas, pero ella tenía algo, quizás demasiada normalidad. Sus ojos emanaban algo, ella: la chica estándar, asustadiza, algunas veces atrevida, con ese comportamiento de aquellos que están condenados y aún sienten que tienen algo que perder. Esos ojos lo miraban desde el otro lado de la habitación, con una sombra que denotaba la mezcla de rabia y tristeza, frustración y melancolía, una vez ella dijo: Muchas veces para mí no hay diferencia: enojo, soledad, tristeza, todo es igual, todo duele, siempre duele…

La chica corriente que se empeñaba en ser diferente, en considerarse freak. Esa chica que choco con el gran artista (sí, ARTISTA: fotógrafo, escritor, músico, diseñador, actor, director: ARTISTA) y que en el encuentro se perdió en sus ojos. La chica normal/anormal que no pudo evitar admirar el templo que representaba ese cuerpo. Un abrazo sería el acontecer de un milagro, un beso la aproximación a la comunión con la divinidad, una noche de sexo/amor sería una experiencia religiosa realizada.

Y él, Jota: el gran artista, el talento hecho carne, el afamado por muchos, el que pide perdón antes que permiso, el que con su música le exige a la estrellas, él, Jota, había dejado que esa loca extraña se metiera en su vida: amaneciera con su camisa puesta, tomará café en su taza y le tomará una foto mientras dormía. Y todo parecía surreal: desde el “¡enséñame a tomar fotos! Tengo muchas ganas de aprender cosas nuevas…Nunca he tenido una relación y creo que soy muy torpe para eso de las citas ¡Si hasta frustre mi primer beso!...Sólo será practica y nada más... Baudelaire decía "embriagaos;embriagaos sin cesar.De vino, de poesía o de virtud, como queráis", hasta aquella vez cuando dijo que podían emborracharse de caricias con un tono pícaro y hasta seductor. Todo su discurso acerca de la vida, la muerte y el amor, hasta esa hoja de papel que ahora descansaba en la basura. TODO.

El día que estuvieron en el parque la Estancia fue distinto. Ella estaba risueña, con la sonrisa tonta bailándole en la cara y él sabía que era su culpa, podía otorgarse a sí mismo ese merito. Estaban disfrutando el día, mientras él capturaba la vida (para la chica la no-vida, que no es lo mismo que muerte) de unos palos secos; ella leía un libro de Ortega & Gasset (Estudios sobre el amor) y él reía, como siempre lo hace, pero tenía el temor de que su risa se transformará en la misma sonrisa tonta de la chica y que ésta (la risa/sonrisa) danzara en su rostro y luego saliese disparada hacia el cielo. Un miedo tonto, ahora que Jota lo pensaba. Ese día casi sucede, un poco más y cede a la tentación: ella se atravesó en una toma, en medio de la fotografía, solo para agotarle la paciencia y Jota descubrió en su mirada (la condenada mirada) el cartelito que decía “¡Bésame! ¡Bésame ahora, antes de que me arrepienta!”, pero él no lo hizo, sólo se flexiono sobre ella y la miró fijamente, luego de estar un minuto atrapada entre la grama y el cuerpo de Jota, la mirada de la chica paso de grito desesperado a una mezcla de rabia y tristeza, de frustración y melancolía, y, en ese momento, Jota disparo su cámara, capturando el momento, tomando la foto, su mejor foto.

Luego estuvo el día en Plaza, al anochecer, cuando estaba nublado y hablaban sobre Europa. Él en medio de su hiperactividad, tarareaba canciones mientras ella estaba acostada sobre un cuaderno intentado divisar alguna estrella en medio de las nubes. Jota se levantaba, se sentaba, bailaba y hablaba, todo al mismo tiempo. Después empezó a caminarle por encima y a ella le molesto, amenazó con golpearlo en su parte más débil si seguía y él recordó el episodio en la Estancia (cuando ella quería obstinarlo) y lo siguió haciendo… Pero también recordó la foto, la mirada que gritaba bésame y que luego había cambiado, el momento de debilidad, la provocación de la tentación y ahora todo ese flash back le despertaba la curiosidad… Jota volvió a colocarse sobre ella, flexionado, mirándola fijamente, esperando que el cartelito se dibujara en su cara, aunque luego no estaba seguro de lo que haría. Ella, la chica extraña, le agarró el cabello, el cartelito poco a poco fue apareciendo y en cuestiones de segundo Jota rozaba sus labios con los de ella, sentía la suavidad del rostro, la humedad en los labios, el corazón zumbando y la comunión con la divinidad estaba siendo tomada. Un par de noches después, quizás de años o de meses (aunque Jota sabía con precisión cuanto tiempo había transcurrido), ella se había levantado con la camisa de él cubriendo el pueril cuerpo y había tomado de su taza de café mientras le tomaba una foto al chico dormido. La exacta experiencia religiosa. El momento mítico, orgásmico.

Ahora estaba la hoja que no quería leer, el último fragmento de lo que fue, palabras que llegaron tarde… y la foto, su mejor foto.

La chica extrañamente normal y cautivantemente loca había decidido enviarle una historia al chico, un presente para agradecer, sí, ella, que había abandonado la existencia con la excusa de no poder más, de estar cansada de la agonía y de la pesadumbre y de las responsabilidades y del dolor, porque amarlo tanto le dolía. La última carta o historia (ni ella sabría discernir que era) se trataba del amor, pero no el de ellos, sino un amor tan extraño como el que ellos padecieron, pero aquel amor del que hablaba si tenía final feliz. También se dejaba una disculpa: ella había sido feliz, completamente feliz, se había emborrachado de caricias, de besos dulces y de locura, tenía el corazón/alma de un chico que había sido su maestro y le había enseñado todo lo que ella quería aprender. La sonrisa tonta le duró mucho tiempo. ¡Chica tonta! Jota la amó, como ama el arte y quizás ese fue su pecado. ‘No puedo decir que bajé al infierno por tu amor pero muchas veces persiguiéndote allí me encontré de pronto’. Nos veremos en el último círculo Jota, recuerda que hay flores en el Hades. Jota sabía que esos versos estarían escritos en esa hoja y mientras se embriagaba de vino, un ruido estrepitoso quebrantaba el silencio: un cuadro caía de la pared al otro lado de la habitación y muchos vidrios resquebrajados dejaban ver unos ojos alegremente tristes, una mirada eternamente presente pero cuyo referente ya no era real y eso… lastimaba.

1 comentario:

  1. a mi me gusta :) es genial xD me enknta el dtalle d las fotos y cuando Jota se inclina sobre ella. la actitud d ella, d Jota, la forma d la narrativa... no se :) m gusta xD es todo

    ResponderEliminar

¡Hola! Gracias por leer y comentar, POR FAVOR DEJA TU NOMBRE O UN SEUDÓNIMO y no te reprimas: vive la libertad después de todo es una página en blanco.