lunes, marzo 08, 2010

Retazos de un recuerdo




      - Las palabras me llegan y ya, no sé porque hay tantos hombres quejándose de lo difícil que se les hace…
Le decía un “escritor” – yo diría un simulacro de escritor- al librero, éste último le miraba incrédulo y yo le entendía a la perfección: ¿en serio hay gente que no sufre con el martirio del lenguaje? La potencia de creación no se consigue en una caja de detergentes y manejarla no es tan sencillo como encender una licuadora.

Las palabras juegan conmigo, me repetí antes de salir de la librería, con la libreta de mis ‘pseudo escritos’ apretada contra el pecho. Caminé un rato por el centro y llegué a la plaza. Quise escribir algo, abrí mi libreta y…

Los vi caminar, disparejos como sólo ellos pueden serlo: ella, piel trigueña, cabello oscuro, rasgos fuertes, cualquiera puede decir que es una metalera de corazón; con líneas perfiladas en ciertas partes (sus hombros) y difusas en otras (su nariz), estatura algo pequeña como una botella de perfume caro; él,  blanco como el mármol, el cabello del color del trigo, perfil risueño y una estatura descomunal, con la mirada profunda y una sonrisa encantadora. Iban de la mano, charlando alegremente, quizás ella iba alegremente triste y él recitando una canción para sus adentros, quizás ambos pensaban en el otro o quizás no. Se veían felices, a pesar de sus diferencias físicas, ambos con características muy suyas y sin embargo enlazados por sus manos, de una forma que a cualquier espectador malhumorado y envidioso pudiera molestar. Se me vino a la mente un caleidoscopio, sus diferentes colores y las miradas que uno solo de esos puede ofrecer, así eran ellos, un caleidoscopio dispar: un juego de espejos asimétricos, de muchos colores y matices y sin embargo tan familiares entre sí. 

Quise escribir algo sobre ellos, intenté formarlos como personajes, darles hábitos y manías: ponerla a ella como una fanática de los besos en el cuello y a él como un degustador obsesivo de esos besos, a ambos adictos al frenesí que uno produce en el otro, pero no pude. Siempre intento darle significado a todo, estoy como un semiólogo o un místico pagado -a los místicos no deberían de pagarles por ser místicos-, así que cerré la libreta y sonreí. 


Me recordaron a un cuadro, despertando la extraña sensación de que ya lo he visto antes, de que estuve dentro de él. Sé que esa historia todavía se está escribiendo, sé que no soy yo quién debe darle un final o un hilo que seguir, sé que los escritores tienen la potestad para infundir vida y también para quitarla -“somos dioses”, me repitió hace poco alguien importante para mí-, pero ellos no son mi creación y se niegan a serlo, sólo el destino sabrá que les repara, yo, como Sócrates, Εν οιδα οτι ουδεν οιδα

miércoles, marzo 03, 2010

Cansancio


Estoy cansada, es eso, tengo cansancio de mí.

Nunca he estado completamente bien, no soy enteramente feliz, porque estoy consciente de que la felicidad como un todo no existe y disfruto las dosis que me tocan día a día. Pero hay días en los que estoy bien, en los que no rebosa el vaso de la tristeza y puedo sonreír abiertamente, sin sentir que le miento al mundo.

Últimamente no he podido hacerlo, el vaso está lleno de frustración, de pocas ganas de seguir, de sensaciones mal atravesadas como que estoy perdiendo el tiempo, que estoy viviendo como no es, que no llegaré a ningún lado. Y la salida fácil brilla en las sombras: el gran cataclismo, desaparecer.

No es sencillo afrontarlo, siempre me he preguntado cómo un suceso puede ser tan valiente y tan cobarde a la vez, cómo puede causar dolor y al mismo tiempo ser tan “liberador”, pero aún así me falta el coraje. Hay días en los que siento que me alimento de utopías, que eso de querer ser escritor, ser bueno en tu trabajo, con tu pareja, con tu familia, con tus amigos, simplemente son utopías: proyectos irrealizables. Entonces todo empieza de nuevo: no me alimento de utopías sino de sueños, de proyectos que se harán realidad, que dejaran de ser proyectos. Y el ciclo continúa… pero ¿hasta cuándo?

Está semana mis defectos se han hecho más intolerables; quiero dejar de llorar y sentir que un nudo en la garganta me asfixia, quiero dejar de quejarme, de arruinar la vida de otros con mis ruinas. No es justo, no puedo hacer una tormenta en un vaso de agua, pero no sé si esta agua es veneno o sólo una ilusión de la nada. Y estoy cansada, estoy cansada de perder, ya sea por mi falta de memoria, por mi poco talento, por mi incapacidad de cambio, estoy cansada de mí: de mis crisis, de mis pulsiones suicidas, de no poder luchar contra esas sensaciones.

Entonces vuelve a mi memoria, aquella tarde en el sofá: la única persona que parece aceptarme con todo (sobrepeso, acné, ira, celos, frustración y crisis + crisis), aferrándose a mi pecho, pidiendo que no me vaya, mientras el nudo en la garganta crece, las palabras quedan atoradas y la desagradable sensación que va naciendo es asesinada por un beso, por uno de esos que te dejan sin aire, que te hacen sentir como si estuvieras levantando vuelo. Y hoy me aferro a esa tarde, me aferro a sus ojos, a sus brazos, a su sonrisa, a sus palabras. No he dejado de pensar en el cataclismo, en sentir que puedo dar más, que ellos merecen más, pero necesito placebos para el alma, necesito más que manzanilla para el efecto de calma.

martes, febrero 23, 2010

Dejada, Engañada :-: V




Mi primer ecosonograma revelaba una sombra oscura cerca de mis piernas y una doctora joven, de esas que les dicen a los padres lo que quieren escuchar, le dijo a mi madre que iba a tener un bebé; mis dos hermanos la miraron, primero con desaprobación – la vieja va a tener un bebé- y luego con ternura - la vieja va a tener un bebé… tendremos un hermanito-. Un par de ecosonogramas después, mi cordón umbilical se mostraba muy pronunciado y entre mis piernas se formaba, utilizando términos de católicos misóginos y hombres mujeriegos, “el fruto de la perdición”. 

He conocido a muchas mujeres, es triste que la mayoría de ellas se consideren a sí mismas “dejadas” o “engañadas”, y que sólo muy pocas hayan salido adelante: no olvidando sus traumas ni dejándolos atrás, sino dejándolos a un lado, a sabiendas de que estos regresarán en las noches de insomnio para atormentarlas. 

Vengo de una familia de chicos, soy la de “en medio” (si es que siendo cuatro hermanos existe un único medio). Mi mamá es de esas mujeres que fueron “engañadas y dejadas” y que aún considera al hombre como el sexo fuerte y dominante (¡algunas veces creo que ella nunca lee las noticias!). Mis hermanos parecen haber sido creados para trabajar como burros, comer como cerdos, copular como conejos y mandar como reyes; no digo que sean unos animales detestables, en efecto, ser la única niña entre tantos penes me regaló juguetes, ropa, comida, ayuda en los estudios, sobreprotección y de vez en cuando alguno que otro capricho (claro, todo esto fue antes de que ellos tuvieran a sus propias “princesas”). Mi educación fue a la vieja escuela: estudia para tener un titulo, aprende a ser una buena ama de casa y tus hermanos siempre tienen la razón (aunque tanto mamá como yo supiésemos que no es así). 

Mi madre quería mantenerme en una burbuja de cristal, de sus labios nunca escuché nada relacionado con sexo y viví tanto mi infancia como mi adolescencia con manías persecutorias (¿Quién es esa? ¿Dónde estás? Ya saliste de clases ¿por qué no has llegado?), con horarios y quehaceres, sin embargo, logré destacarme en todo y mantuve a una “mamá orgullosa”. Pero dentro de mí, sentía que algo iba mal, que el mundo sí es horrible y todo lo demás, pero es más horrible vivir encarcelado y con miedo que vivir libre y con miedo. 

La Universidad: todas mis dudas acumuladas y la rebeldía explotaron cuando entré a la universidad. Estudiando una carrera rechazada por mis hermanos, con un horario detestado por mi madre y con una libertad infinita que yo no conocía, empecé a filosofar acerca del mundo y los humanos. Allí conocí a mucha gente, entre homosexuales, bisexuales, drogadictos, pacifistas, bohemios y un largo etcétera. Allí conocí a Charlie. 

Carlos era un chico que, según él, nació en el lugar y en la época incorrecta, iba unos semestres más adelantado y era un par de años mayor. Una mente brillante, un sex appeal raro y una personalidad del carajo: todos querían con él, pero él no quería con nadie. Entre conversaciones por MSN, mensajitos a media noche y quedarnos unos minutos luego de clases, Charlie y yo nos hicimos muy amigos, tanto, que un jueves -escapados de clases- , en un parque citadino, conocí la desmesura de su atractivo y el sabor de su saliva. Un par de semanas después, la pequeña princesa de mamá, estaba en otra ciudad, en un hotel barato, aferrándose a las sabanas con una mano y con la otra al cuerpo de Charlie, mientras lo apretaba con los muslos. En otra ciudad…ya que mi familia continuaba con la persecución y preferí que mamá pensara “ella está en la universidad, tuvo que irse temprano a la biblioteca”, mientras yo disfrutaba de todo lo que ella condenaba. 

Luego las cosas fueron diferentes, Charlie estaba ocupado y yo dejé pasar todas las pistas que gritaban “no es nada serio”. Seguíamos escabulléndonos de vez en cuando, pero era sólo para satisfacer una necesidad, ya no había conversaciones profundas u otras visiones de mundo, todo se reducía a vestirse luego del coito e intercambiar un par de palabras en el autobús de regreso a casa. Cuando se terminó el semestre, Charlie quería con algunas y yo sólo quería con Charlie, entonces empecé a tratar a Coco. 

Coco es una chica exótica – como su nombre-, con unos padres bohemios, es linda, amable, inteligente y sumamente precoz, con sólo 16 años ya estaba en la universidad y hablaba como si ya se hubiese graduado. Ya la conocía –entramos en el mismo semestre- pero nuestros encuentros anteriores habían sido medio nulos. Al principio ella no sabía nada de Charlie, pero una tarde terminé llorando recostada de una pared mientras ella sostenía mi mano, contándole la historia de una mujer “dejada”. Coco empezó a juzgar a los hombres, a hablar de ellos como si le dieran asco y me confesó que yo le gustaba demasiado como para dejar que un imbécil me hiciera llorar. Entonces pensé en mi madre, en la cuestión del sexo fuerte y el infarto que le daría si viese a su niña besando a otra niña, así que la besé. 

Coco y yo empezamos a salir, era fácil decirle a mi madre que iba al cine con mis amigas; comenzamos a encontrarnos furtivamente y teníamos una relación casi que secreta. Mi familia se destacó inculcándome la paranoia. A pesar de todo, yo seguía pensando en Charlie y aunque Coco fuese dedicada, detallista y atenta (en Todos los aspectos), me seguía molestando Charlie: Charlie y sus nuevas chicas, Charlie y su discurso inteligente, Charlie y su forma de agarrar por la cintura. Charlie, Charlie, Charlie. Empecé a entender el trauma de las mujeres dejadas y Coco notó que no lo había superado. Tuvimos una gran pelea. Ella se fue a una fiesta, donde él se encontraba y le reclamó su falta de tacto conmigo, su actitud, Charlie alegó que nunca tuvimos una relación como tal y la disputa se convirtió en un debate ontológico sobre las reglas de las relaciones interpersonales. Terminó en tablas. Coco regresó a dormirse en mi pecho y Charlie a hablarme con interés, supongo que le causaba morbosidad que la misma chica que se aferraba a las sabanas, ahora estaba mordiendo una almohada a manos de otra chica. 

Un día Coco salió con la gente de la universidad y terminaron en casa de una pana, yo no fui porque no me dejaban salir de noche. En esa fiesta, Coco se encontró con Charlie, bailaron, tomaron, hablaron y para Charlie, una cosa parecía llevar a la otra. Intentó seducir a mi chica y ella huyó despavorida pero Charlie, entre drogado y ebrio, no sabía cuando rendirse y terminó llevándola a un cuarto, intentando violarla. Coco no se lo permitió y le dio un empujón, él chocó contra una mesa y cayó al piso inconsciente: aunque a Charlie no le haya sucedido nada y entre ellos no ocurrió nada más allá del forcejeo, mi chica se sentía humillada y le daba de todo regresar a la universidad. Pasamos una semana alejadas de las aulas y luego decidimos que para dejarlo a un lado debíamos hacer algo, así que averigüé cuando sería la próxima fiesta, me remití al expediente personal que tengo de Charlie e idee un plan: mi Coco iría a la fiesta, bailaría sensualmente cerca de él, provocándolo con esa discreción tan característica de ella y se mostraría amable, pero las cosas tomaron otro camino. 

Charlie llegó extraño a la fiesta, se sentía un poco mal y decidió que sólo tomaría cerveza, mi plan empezaba a fallar. Coco no iba a poder ofrecerle el Symbyax como si fuese una pastillita de éxtasis y entonces no le haríamos pasar un susto. La noche fue avanzando y entre juegos de borrachos, Coco retó a Charlie a aspirar una línea de nevazucar de su abdomen, y él, alimentado por la lascivia y el alcohol, aceptó el reto. Coco es una chica brillante. Pasaron unas horas antes de ver los efectos, Charlie terminó vomitando y Coco recaudó evidencias para demostrarme que mi plan había funcionado, buen susto que le hicimos pasar, pero... Charlie no despertó al día siguiente. 

Al enterarnos de la noticia, Coco y yo nos asustamos, pero en vista de la causa de muerte (sobredosis de pastillas + alcohol), asumimos que la culpa no fue nuestra – tan sólo ¼ de la pastilla triturada y aspirada no pudo causarle un infarto-. Coco aún seguía sintiéndose mal por la muerte de Charlie, pero ahogaba sus culpas en mi entrepierna y en ella esa sensación desaparecía. Con el tiempo, Coco se cansó de los encuentros a escondidas y los días en los que yo no podía estar con ella, se fue a frecuentar lugares nuevos y a conocer gente nueva. Así es que se siente ser engañada. 

La gente en la universidad que sabía de nuestra relación preguntaba si había terminado con ella y yo respondía que sí, sólo para que dejaran el fastidio. Una tarde, Coco estaba acostada en mi abdomen y le pregunté con cuántas chicas se había acostado esa semana, ella no supo responderme, intentó excusas, me llamó paranoica y se levantó enojada. Yo me aguanté las lágrimas - ¡aguántese! ¡Porque los chicos no lloran!- y le dije que era mejor terminar todo. Ella no quería hacerlo, me llamó cobarde por no enfrentarme a mi madre, por cumplir con sus estúpidos horarios, me echó la culpa de sus infidelidades y se le salió la inmadurez de los 17 años. Yo me callé, me largué con el corazón roto y no regresé a la universidad, de todas maneras ya habíamos terminado las clases y venían dos largos meses de vacaciones. En esos meses entendí a las mujeres “engañadas”, la frustración, la sensación de idiotez. 

Congelé el siguiente semestre y me puse a estudiar algo que complaciera a todos: Ingeniería. Cuando regresé a la universidad, me dijeron que Coco estaba en una “clínica de reposo”, que había empezado a delirar con gente que la perseguía, que le enviaban amenazas extrañas a través de la web, la llamaban al celular y que su delirio llegó al clímax cuando se levantó en pleno salón de clases y gritó “¡Yo maté a Charlie! ¡Yo lo hice!”. Pobre chica. 

Confieso que nunca fui hermosa, una vez Charlie dijo que lo que más le gustaba de mí era que, en la cama, lucía como otra persona. Tampoco tengo un discurso tan elaborado como el de Coco, pero me las he arreglado para, al menos en papel, hacer que mis palabras se vean bien. En las vacaciones, mi mamá se quejó de que trabajaba como burro y comía como cerdo, sin embargo nunca se enteró de que forniqué como conejo y llegué a ser reina de dos seres que se supone eran mejores que yo. Aún recuerdo a Charlie, tomándose una “pastillita de éxtasis” antes de revolcarse conmigo como un animal, tomando vino desde temprano a mi lado, para luego irse a la última fiesta de su vida. Por lo menos le hice el día anterior a su muerte, Inolvidable. Y Coco, mi linda Coco, su voz aterrorizada por teléfono y el sentido de culpa invadiéndole los sentidos, la razón. 

Algunas noches pareciera que lo he superado todo, sigo desatancándome, manteniendo a una “mamá orgullosa”, pero en pleno insomnio regresan los viejos traumas, las historias como éstas, las de una mujer “engañada” y “dejada”…aunque también….“Vengada”. 




jueves, febrero 18, 2010

Confesiones

Confieso que cuando digo “voy a dormir” generalmente me tardo media hora en ir a hacerlo

Confieso que soy celosa e impulsiva y que se me amenaza fácilmente (problemas de inseguridad)

Confieso que mi cuarto está rodeado de detalles que me recuerdan a tu persona

Confieso que me sentí atraída desde que te vi por primera vez

Confieso que me gustaste desde que te vi venir a lo lejos

Confieso que le tengo pánico al día en que te des cuenta de que eres mi obsesión y te hartes y renuncies

Confieso que no me gusta renunciar, que soy terca y que me da igual dejar de lado algo que no me llena

Confieso ser una paradoja.

Confieso escribir de gente que conozco, escribir continuamente de mi misma, escribir, escribir, escribir, escribir, dentro de mi mente, algunas noches es sólo escribir

Confieso que al día siguiente no recuerdo que escribía

Confieso que es una locura sentir que tus latidos me hablan y pretender saber que dicen

Confieso que quisiera que me confesaras si es de verdad, si en efecto tengo razón

Confieso que escuchar Rodolfo de Fito Páez me pone algo triste, que NO puedo escuchar 3 canciones del soundtrack de P. S: I love you, porque se me hace un nudo en la garganta y empiezo a llorar

Confieso que amo las comedias románticas, que lloró cuando terminan, que creo en el príncipe azul – que usa túnicas Kokiri- y que puedo ver esas películas una y otra vez

Confieso que mi príncipe azul es my Little Prince, que es rosa, zorro y aviador al mismo tiempo

Confieso que nunca había hecho un setlits para una ocasión y que me molesta que ni siquiera sepas cuales canciones tiene

Confieso que no sé confiar, que tengo miedo, que soy cobarde, que si algo pasa yo saldré corriendo

Confieso que eres mi adicción y que eso me asusta

Confieso que me da miedo participar en concursos porque no me gusta la sensación que deja ser perdedor cuando realmente te gusta lo que enviaste

Confieso que no sé manejar bien las críticas

Confieso que sonrió cada vez que hay algún detalle para mí en algún lado

Confieso que me alegra inmensamente que estés orgulloso de mí

Confieso que soy vanidosa y que necesito que me recuerdes por qué estás conmigo

Confieso que detesto salir cuando estoy en modo “blah” o “mamarracho”

Confieso que soy un maldito libro abierto, que dejo colar mis emociones, que todos se enteran de que soy vulnerable

Confieso que me da miedo no lograr mis sueños, no hacerlos realidad

Confieso que siento que algunas personas me tratan por cortesía, porque no les queda de otra

Confieso que de tantas confesiones son las 2am y tengo sueño…

Confieso que ahora si me voy!

domingo, enero 24, 2010

30



La noche imborrable está allí,
queda en la piel como en el papel quedan las marcas de un doblez incesante:
el ademán conocido, silencioso, casi imperceptible
y ciertas manías que caracterizan mi romántico espíritu.

Los pequeños momentos son los que más disfruto:
el vaivén de las olas en el lecho, la humedad del gesto.
El aire puro de montaña, empapado por nuestras risas, rocío de juegos de niños;
con las historias de duendes y miles de luces decorando el lugar,
esparciendo nuestras ilusiones, meramente humanas, nuestra borrachera de amor.

Y la luna ¡Dios, la luna!
Azul y blanca,
carnosa como tus labios y brillante como tus ojos,
deslumbrante… como cuando sonríes…
Observadora cómplice de este escape.

Tantas cosas que me recuerdan al mar,
es como si la luna se hubiese llenado de agua y estuviese compuesta de nuestras alegrías, de la ternura de tus caricias y la locura que nos caracteriza;
ataviada de este sentimiento que no tiene palabra, que es más grande que cualquier cosa dicha o hecha, que es tan necesario como respirar.

Las notas bajando por tu piel, el corazón saliente del pecho y tus manos...
¡chiquillo, tus manos y tus besos! ¡Y yo embriagándome de ellos, una y otra vez!

Como decirte esta noche, cariño, que no dejo de pensar en aquella luna
Que vienen a mí los momentos tan vívidos y puedo escuchar el viento y sentir el frio de la plaza,
Que puedo sentir que te respiro, que estas en cada poro de mi piel, que palpitas en cada latido de mi corazón.

Como decirte esta noche, en medio del insomnio y los recuerdos, que escribo esto… sin pies ni cabeza... solamente porque estoy pensando en ti.



martes, enero 12, 2010

jueves, diciembre 31, 2009

59min: 11horas





El 2009 exhala su último aliento y hay mucho que quiero decirle, quejas incontables, pero hay tantas cosas que quiero agradecerte -ahora- viejo año…

365 días en los que viví: me perdí (aquella grandiosa perdida del 2 de enero), soñé, volé alto, dije “Te amo” (a pesar de tener las lágrimas en la garganta), tuve miedo, volví a enloquecer con mi ángel de la perdición, acampé, me enojé, lloré, viajé, tuve pérdidas, batallas ganadas, pero sobre todo, sonreí. Sí, no te niego viejito, que algunos días quise borrarte, quise borrarme, quise acabarnos; no te niego que fue duro verlos llorar, tener que pelear o vivir en plena incomprensión con ciertos hechos, no te niego que sufrí, pero aquí estoy, aquí estamos, de pie todos, para celebrar tu muerte y el nacimiento del que entra: Soñando, volando alto, con algo de miedo, con ganas de acampar, de viajar, de conocer; con ánimos y ganas de seguir con mi ángel de la perdición (mi amada Letras), de disfrutarla siempre; con ganas de llorar (susceptibilidad por el año nuevo), con ganas de enfrentarme al mundo –y ganarle-… escribiendo, sonriendo, Amando

Espero que estos 365 días que vienen nos colmen a todos de dicha, de alegría, de libros, de inspiración y ganas de escribir, de fuerzas para seguir viviendo (y disfrutándolo), de AMOR, de una que otra lágrima por tristeza (porque de las derrotas también se aprende) y de muchas lágrimas de alegría. Queridos lectores, que aunque sean pocos son fieles, espero de corazón que nos sigamos leyendo, comprendiendo, identificando.

¡Buenos días, bebé en pañales! A ver… ¿qué me traes ahora?

Te reto a que seas mejor. Nos reto a que seamos mejores.

¡FELIZ 2010!