jueves, diciembre 04, 2008

DAS

Esta es la historia de una suicida. Puedes llamarla Das, Lian, Drein, puedes llamarla como quieras, puedes llamarla como yo.

Su vida era fácil. Una chica extremadamente normal que se empeñaba en ser diferente, que hacia lo posible por llamar la atención (como algunos, como todos). Una chica regular que lloraba mucho, jamás gritaba, que cuando se enfadaba pataleaba, que soñaba con tierras extrañas y con un chico que la abrazaba en un cuarto oscuro, en un teatro londinense.

Das. Ama la noche, la lluvia, el olor a tierra mojada, el sabor de las lagrimas ahogadas en la almohada, la sonrisa que despierta una buena frase sarcástica, una guitarra acústica (o un piano) con una voz perfecta que cante el dolor que yace en su piel, en su mente, en su alma. Das, Das, Das: romántica, despistada, impuntual, insegura, irresponsable, sensible, curiosa, chica tonta, humanamente frágil (quizás demasiado).

¿Cuál fue el detonante para que explotara, para que acabara con todo?

139 Lexatins… La canción de Fito Páez que le dio una idea. El abandono de unos ideales caducos, un par de sueños rotos, unas utopías y el alma resquebrajada. La tortura, el tedio, la pesadumbre, las responsabilidades, todo lo que implica existir, estar vivo. La ausencia de algo anónimo, perfectamente conocido.

¿Alguna vez valió la pena?

Sí, si la valió. El riesgo, los ojos marrones, la sonrisa y el dolor en los pómulos (de tanto sonreír), los fines de semana en cualquier sitio, los días de semana en el cine, el teatro, un restaurante, en Plaza; las horas pegada a la PC, las directas e indirectas, los abrazos y besos virtuales, los reales (los besos discretos en el cuello, en la frente): todo lo valió. Pero cuando algo comienza lo único seguro es que acabará (Gabriel Torrelles, Peor que tú), el final está comprendido en el comienzo y aún así seguimos (Samuek Beckett, Final de Partida).
El plan de vida nunca paso de los treinta años. Al comienzo no se veía luego de los dieciséis, pero el intercambio de almas nunca sucedió y ahora tenía una vida por delante. No lo quería, realmente no lo quería. Empezó a crecer, las distracciones aparecieron, los libros la llenaban, el mundo es amplio y el universo infinito, luego el choque (producto de un destino travieso) y los diferentes ojos; las frases particulares, las distintas culturas, lenguas, sensaciones. Pero, después de todo, el plan no pasaba de los 30: tiempo suficiente para graduarse, conocer parte del mundo, soñar el universo, disfrutar de la sonrisa, de sentirse en el aire (tontamente feliz)… Tiempo suficiente para que deje de doler.

Das, la chica soñadora, la idealista despechada (por no decir cínica), la de los ojos oscuros (los ojos que hablan) y los cartelitos que se le dibujan en el rostro. Esa Das que se quito la vida sin avisar, que lloró hasta que se harto, que consiguió en algún lado sus pastillas para no soñar. Esa Das que se rindió.

Un día se levantó y no sintió ganas de nada, se encontraba atrapada en el mismo sitio con la misma molestia latiéndole en los huesos, la sonrisa se le había borrado, amar tanto le dolía (¿en serio estaba “amando”?). Se sentía como una vasija desbordante, a punto de caer, rota. Empezó a escribir una historia que luego se transformo en carta, un texto con final feliz. Lo imprimió, lo colocó en un sobre y pidió que lo enviaran cuando muriese, la cara del sujeto de las encomiendas era un poema épico, ella sonrío (estaba acostumbrada a que no la comprendieran). Se regresó al apartamento, escucho música, lo llamó, no hubo respuesta. Observaba sus fotos (sus obras de arte, porque él siempre había sido EL artista), recordó y un cúmulo de sensaciones pasadas, de emociones, la embistieron violentamente. Lo extrañaba mucho. Tomo un libro de Baudeleaire, leyó “Embriagaos”, otro de Wislawa Szymborska “Bajo una pequeña estrella”, este último le robó una sonrisa.
Recordó un viejo tequila que guardaba en el bar. Lo abrió, se bebió un trago de un golpe, sin pensarlo. Al pasar por el pasillo la puerta del baño se encontraba abierta, se detuvo frente al espejo, se contemplo. En el interior del gabinete se escondía un objeto de un pasado no tan lejano, al abrirlo, se derramaron 139 capsulas de Lexatin.



Esta es la historia de una chica suicida, una que no tiene la valentía para deshacerse de sí misma, que sigue teniendo miedo del después, del padecimiento futuro, del otro lado del espejo. Es la historia de alguien que no ha conseguido pastillas para no soñar y que sigue soñando (aunque no quiera, aunque duela)… Das camina entre nosotros, esperando, aguardando… ¿Qué? El día en que la conjugación del miedo y el valor le den el impulso para terminar con todo, para borrarse por y para siempre.

2 comentarios:

  1. m gusta. hay cosas d Das q m recuerdan a mi. la diferncia ntre ella y yo es q ella es sarkstica y q yo no he tnido la dicha d ncontrarme esa kntidad d pastillas. no puedo dcir mas nada. stoy triste y odio los espejos.

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  2. Que bueno no es sentirse solo :)
    Esa chica se parece tanto a nosotros o nosotros a ella.
    No estoy triste xD, porque como dice, se levantó un día sin sentir nada, así soy yo desde hace rato, pero aún así sigo soñando, pero no tanto como antes :)
    ...nada niña, me gustó mucho (Y)

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