Epidemia: compuesta de ἐπι
(sobre) y δημία (pueblo). Enfermedad que se propaga durante algún tiempo por un
país, acometiendo simultáneamente a gran número de personas.
Llevo escribiendo esto aproximadamente
dos meses. Es un texto personal (confesional,
como todo lo que escribo), ya que muchas cosas pasan por mi cabeza, muchas
cosas pasan en el mundo. Quizás por eso no tenga la ilación necesaria.
Pienso en la palabra epidemia,
pienso en septiembre y en mi abuelo y en el suicidio. En las decisiones que he
tomado en los últimos dos meses.
Siempre le digo a mis estudiantes
que no importa lo que escribamos, somos testigos de nuestra época y por eso hay
que tener responsabilidad para contar nuestra versión de la historia. Siempre
les repito lo subjetivos que somos cuando el episodio a narrar es muy nuestro,
pero no por eso hay que descuidar el lenguaje. Y aquí estoy, recordándome mis
propias premisas para no hacerlo mal, tan mal.
I
En septiembre estuve enferma. Desperté
el 24 en la madrugada, con mucha fiebre (casi 40) y, luego de unos resultados
de sangre desalentadores que me entregaron el lunes 21, me frikee y preferí ir al médico. No tengo seguro así que terminé en
el Distrito Sanitario N° 4 – la Sanidad de El Valle.
Debo acotar varias cosas: 1) Mucha gente a la
que he apreciado a lo largo de mi vida trabaja o trabajó allí y 2) a mediados
de los noventas los médicos que allí laboraban eran muy buenos médicos. Así que
llego, mi fiebre va bajando gracias a dos antigripales y puedo prestarle atención a la gente que tengo
alrededor: hay gente con erupciones, los ojos hundidos, con dolores y una
doñita, como de 60 años, tiene pinta de no haber dormido en toda la noche.
Sale la primera enfermera y toca
a la doñita, le dice que en efecto tiene dengue, que su conteo de plaquetas
está muy bajo, que debe irse a descansar y no permitir que la hospitalicen. Sí,
que no permita que la hospitalicen (como si la mente le diese permiso al cuerpo
para enfermarse o curarse). Alguien dice “Estaba aquí desde las 8”. Son las 11.
Sale la segunda enfermera y dice:
“ya el doctor los va a atender. Hemos atendido 91 pacientes y 20 han sido casos
de dengue o chikungunya. No nos damos abasto.” Y yo pensando en que sólo tengo
fiebre, dolor en las rodillas, que tengo miedo y que, gracias a Dios, tengo
quien me cuide. Así transcurren un par de horas y un médico me revisa (hace un
buen examen físico), por los síntomas dice que puede ser el virus, me manda a
hacer unos exámenes y una semana de reposo.
Al salir veo las caras angustiadas que esperan.
Voy dos días después a tomarme la
sangre en el mismo sitio. Un cartel me advierte que sólo hay una persona para
extraer la sangre y que debo tener mi propia inyectadora (a la otra chica de
laboratorio le dio chikungunya). Pienso nuevamente en el desabastecimiento en
los anaqueles (medicinas, alimentos, productos) y el abastecimiento de pacientes
en los hospitales.
II
Mi abuelo está enfermo. Por los
resultados tiene dengue.
Mi abuelo, por decisión
individual y aspectos personales, nunca quiso vivir con nosotras. Lleva tres
días sin salir, con dolor en las articulaciones y fiebre. Para ir a su casa hay
que agarrar una camionetica, subir un montón de escaleras, cruzar la
Panamericana y subir otras escaleras. Al entrar a la sala me doy cuenta que las
cuatro paredes son ideales para criar zancudos: no hay más que dos ventanas
pequeñas, una sola lámpara y las paredes están pintadas de un color oscuro; al
sentarme en el sofá noto el vuelo de los zancudos sobre la poltrona. El baño
tampoco está muy bien: hay un charco de agua que sale del conjunto y se
mantiene en el piso. Mi abuelo, en su terquedad, no quiere abandonar ni el
espacio en el que vive, ni la señora con la que vive. Lo entiendo. Esa es su
decisión y, aunque puedan haber maneras de convencerlo, él va a decir que no (o eso me repito).
En su casa todos son chavistas, incluyéndole, y
el señor que nos abre la puerta dice “Yo no creo que esos sean zancudos, eso es
una nube que explotaron porque no puede ser que haya tanta gente enferma, pero
no es que no quieren decir nada”. Yo pienso en su ignorancia, en el
señalamiento de que el lugar en el que está parado es un paraíso para los
zancudos, en las estadísticas de la Organización Mundial para la Salud. Pienso
en el cólera en 1995, en el brote de Hepatitis B a finales del 2000, en el
dengue y ahora en la chikungunya.
No, señor, esto es una epidemia. Una epidemia
no reconocida por un gobierno que nunca ha sabido prever, controlar, actuar y
resolver las cosas.
III
Nuevamente la palabra epidemia.
En los últimos 3 meses se
suicidaron 2 personas que estudiaron lo mismo que yo (Letras), una de ellas
graduada y la otra por terminar. Gracias a estos eventos me he enterado de
varios casos (conocidos de conocidos) de suicidios. La tristeza es una
epidemia.
Si bien no son casos frecuentes,
pienso en Ortega & Gasset, en su frase "Soy yo y mi
circunstancia" y en que en mi circunstancia han entrado nuevas variables,
entre ellas: el suicidio de otros, el/la chinkugunya, el dengue, el desped(irse).
Todas, para mí, parte de lo mismo: de situaciones para las que no estamos
preparados, de momentos que no tendrían que terminar así, en la mayoría de los
casos, de desazón.
Quisiera hallar la causa. A veces
pienso que estoy echándole la culpa al gobierno, quizás sea así. Nuestra situación parece un juego de ajedrez donde
nuestros movimientos dependen de los movimientos del poder (el gobierno y sus
políticas sobre salud; el jefe y el aumento de sueldo, y responsabilidades; el
instinto; los monstruos y sus mensajes constantes, el apoderamiento de la
sombra) y realmente no somos tan buenos estrategas.
IV
Epidemia: este malestar que se
siente al pararse en cualquier sitio y pensar "abandonad aquí toda
esperanza".
Imagen que vi en Facebook, tomé la primera que arrojó google. |