domingo, noviembre 09, 2014

Epidemia


   Epidemia: compuesta de ἐπι (sobre) y δημία (pueblo). Enfermedad que se propaga durante algún tiempo por un país, acometiendo simultáneamente a gran número de personas.

Llevo escribiendo esto aproximadamente dos meses.  Es un texto personal (confesional, como todo lo que escribo), ya que muchas cosas pasan por mi cabeza, muchas cosas pasan en el mundo. Quizás por eso no tenga la ilación necesaria.

Pienso en la palabra epidemia, pienso en septiembre y en mi abuelo y en el suicidio. En las decisiones que he tomado en los últimos dos meses.

Siempre le digo a mis estudiantes que no importa lo que escribamos, somos testigos de nuestra época y por eso hay que tener responsabilidad para contar nuestra versión de la historia. Siempre les repito lo subjetivos que somos cuando el episodio a narrar es muy nuestro, pero no por eso hay que descuidar el lenguaje. Y aquí estoy, recordándome mis propias premisas para no hacerlo mal, tan mal.

I

En septiembre estuve enferma. Desperté el 24 en la madrugada, con mucha fiebre (casi 40) y, luego de unos resultados de sangre desalentadores que me entregaron el lunes 21, me frikee y preferí ir al médico. No tengo seguro así que terminé en el Distrito Sanitario N° 4 – la Sanidad de El Valle.

Debo acotar varias cosas: 1) Mucha gente a la que he apreciado a lo largo de mi vida trabaja o trabajó allí y 2) a mediados de los noventas los médicos que allí laboraban eran muy buenos médicos. Así que llego, mi fiebre va bajando gracias a dos antigripales y  puedo prestarle atención a la gente que tengo alrededor: hay gente con erupciones, los ojos hundidos, con dolores y una doñita, como de 60 años, tiene pinta de no haber dormido en toda la noche.

Sale la primera enfermera y toca a la doñita, le dice que en efecto tiene dengue, que su conteo de plaquetas está muy bajo, que debe irse a descansar y no permitir que la hospitalicen. Sí, que no permita que la hospitalicen (como si la mente le diese permiso al cuerpo para enfermarse o curarse). Alguien dice “Estaba aquí desde las 8”. Son las 11.

Sale la segunda enfermera y dice: “ya el doctor los va a atender. Hemos atendido 91 pacientes y 20 han sido casos de dengue o chikungunya. No nos damos abasto.” Y yo pensando en que sólo tengo fiebre, dolor en las rodillas, que tengo miedo y que, gracias a Dios, tengo quien me cuide. Así transcurren un par de horas y un médico me revisa (hace un buen examen físico), por los síntomas dice que puede ser el virus, me manda a hacer unos exámenes y una semana de  reposo.  Al salir veo las caras angustiadas que esperan.

Voy dos días después a tomarme la sangre en el mismo sitio. Un cartel me advierte que sólo hay una persona para extraer la sangre y que debo tener mi propia inyectadora (a la otra chica de laboratorio le dio chikungunya). Pienso nuevamente en el desabastecimiento en los anaqueles (medicinas, alimentos, productos) y el abastecimiento de pacientes en los hospitales.

II

Mi abuelo está enfermo. Por los resultados tiene dengue.

Mi abuelo, por decisión individual y aspectos personales, nunca quiso vivir con nosotras. Lleva tres días sin salir, con dolor en las articulaciones y fiebre. Para ir a su casa hay que agarrar una camionetica, subir un montón de escaleras, cruzar la Panamericana y subir otras escaleras. Al entrar a la sala me doy cuenta que las cuatro paredes son ideales para criar zancudos: no hay más que dos ventanas pequeñas, una sola lámpara y las paredes están pintadas de un color oscuro; al sentarme en el sofá noto el vuelo de los zancudos sobre la poltrona. El baño tampoco está muy bien: hay un charco de agua que sale del conjunto y se mantiene en el piso. Mi abuelo, en su terquedad, no quiere abandonar ni el espacio en el que vive, ni la señora con la que vive. Lo entiendo. Esa es su decisión y, aunque puedan haber maneras de convencerlo, él va a decir que no (o eso me repito).

En su casa todos son chavistas, incluyéndole, y el señor que nos abre la puerta dice “Yo no creo que esos sean zancudos, eso es una nube que explotaron porque no puede ser que haya tanta gente enferma, pero no es que no quieren decir nada”. Yo pienso en su ignorancia, en el señalamiento de que el lugar en el que está parado es un paraíso para los zancudos, en las estadísticas de la Organización Mundial para la Salud. Pienso en el cólera en 1995, en el brote de Hepatitis B a finales del 2000, en el dengue y ahora en la chikungunya. 

No, señor, esto es una epidemia. Una epidemia no reconocida por un gobierno que nunca ha sabido prever, controlar, actuar y resolver las cosas.

III

Nuevamente la palabra epidemia.

En los últimos 3 meses se suicidaron 2 personas que estudiaron lo mismo que yo (Letras), una de ellas graduada y la otra por terminar. Gracias a estos eventos me he enterado de varios casos (conocidos de conocidos) de suicidios. La tristeza es una epidemia.

Si bien no son casos frecuentes, pienso en Ortega & Gasset, en su frase "Soy yo y mi circunstancia" y en que en mi circunstancia han entrado nuevas variables, entre ellas: el suicidio de otros, el/la chinkugunya, el dengue, el desped(irse). Todas, para mí, parte de lo mismo: de situaciones para las que no estamos preparados, de momentos que no tendrían que terminar así, en la mayoría de los casos, de desazón.

Quisiera hallar la causa. A veces pienso que estoy echándole la culpa al gobierno, quizás sea así. Nuestra  situación parece un juego de ajedrez donde nuestros movimientos dependen de los movimientos del poder (el gobierno y sus políticas sobre salud; el jefe y el aumento de sueldo, y responsabilidades; el instinto; los monstruos y sus mensajes constantes, el apoderamiento de la sombra) y realmente no somos tan buenos estrategas.

IV


Epidemia: este malestar que se siente al pararse en cualquier sitio y pensar "abandonad aquí toda esperanza".

Imagen que vi en Facebook, tomé la primera que arrojó google.

jueves, septiembre 25, 2014

Sueño febril 2

Caminaba por una calle que parecía ser de Santa Mónica, buscando una farmacia abierta. Era tarde, estaba oscuro. Encuentro una farmacia a medio cerrar y pregunto desesperadamente por Atamel; “no hay”,  me dicen. Veo pasar lo que creo es un metrobús (todo se trastoca en lo onírico) y corro hasta la parada, a pesar del dolor en las rodillas. El metrobús no para pero abre la puerta y cuando subo me doy cuenta de que es un autobús tipo ejecutivo, “conducido” por un bebé y que realmente está fumigando la calle a través del tubo de escape. Intento detenerlo porque es peligroso y casi choco con un carrito pequeño.

En el carrito pequeño va mi amiga Nao con otra chica muy guapa, llegan de una reunión (están todas arregladas) y les pido que me lleven a mi casa. Necesito acostarme. La chica guapa no sabe cómo llegar y mi amiga le explica. Cuando vamos a agarrar la autopista, encontramos una alcabala, entonces la chica guapa me pide recoger todo lo que las involucre con el partido porque le pueden allanar el carro. Yo empiezo a meter revistas de cocina y revistas de arreglos florales en mi bolso. Nao me dice que parezco más estudiante que ellas.

Pasamos la alcabala y hablamos, vemos una segunda alcabala y antes de llegar mi amiga empieza a decir “Cochinones feos, cochinones feos, feos cochinones” y el guardia nos toca el vidrio. Me pregunta, con el ceño fruncido, “¿Quiénes son los cochinones feos?” (la queja silenciosa se hace grito en sueños)  y yo le respondo “Los perniles que vimos en el supermercado. No están buenos” y él nos deja ir.



Así sueña uno al país cuando tiene fiebre.



Carl Spitzweg-  El poeta pobre

domingo, septiembre 07, 2014

Esta es mi derrota

Pienso: no sirvo
y siento como se apodera el fracaso.

Yo
que nunca he publicado,
que doy “clase de literatura”,
“escritura creativa”
                   con miedo.
Yo que no me he graduado.

Yo
que soy una farsa
que tiene miedo a mostrarse,
que no escribe nada
que es nadie sin ser Odiseo
que lo que más quiere es ser Odiseo
y viajar, ganar una guerra, tener quien espere.

Yo
que tejo y destejo mis palabras
(en mi cabeza, jamás en la hoja)
que tengo un maldito nudo en la garganta
y demasiada sangre,
demasiada sed de mundo,
demasiadas lágrimas.

Yo
que saboreo el fracaso

de lo que no he terminado. 

miércoles, julio 23, 2014

¿Cuándo nos militarizaron?

Después de los hechos sucedidos entre febrero y abril, hechos que ya todo el mundo conoce, el país ha entrado en una calma forzada.

El miedo se ha adueñado tanto de nosotros que ni siquiera una acción contundente de protesta de calle (individual o colectiva), surge. Lo supe cuando tome un avión a Buenos Aires, con la esperanza de quedarme, cuando la última imagen que recuerdo de la ciudad (de mi Caracas existencialista) es la de los militares en las entradas del túnel, cerca del León: esa metáfora de domadores inservibles ante una fiera exhausta, cansada ya de pelear.

Volví (los primeros intentos siempre son erróneos) y la tensión sigue. Decidí no revisar redes sociales, intentar no discutir sobre política pero es inevitable: cada día estamos más llenos de malas noticias, regocijándonos (inconscientes o no) en nuestra miseria, incluso burlándonos de ella. Intento entender por qué no lo puedo cambiar, intento registrar (desde mi comodidad, desde mi miedo, desde el lenguaje) lo que nos hace esta época, lo que nos está tocando vivir.

En los feriados que han ocurrido (el 24 de junio, el 5 de julio) me he encontrado con equipos antimotín, sobre todo hacia el este de la ciudad; mientras que el 5 de julio, hacia el Ipsfa, viví en carne propia a una jauría que clamaba otro show císquense de militares que, en efecto obtuvo. Me asquea, debo decirlo. Me asquea, no sentirme cerca de esa gente y me hace sentir terrible decirlo, sentirlo, pero me pregunto: ¿cuán más bajo podemos llegar? ¿es que acaso ya no existe la sorpresa, el estupor?

Ayer, cuando fui a dar mi clase en la Casa B, me encuentro con un despliegue de militares/policía militar/sujetos vestidos de verde, con armas largas y cortas, en diferentes estaciones del metro: cuento seis en el lado izquierdo de la estación Plaza Venezuela  y dos en el andén. Ya el sábado un titular de algún periódico me anunciaba que eso pasaría pero algo no me gusta, tanto verde es sospechoso. Mientras camino hacia Carmelitas cuento tres afiches del presidente de China, intercambiados con los del presidente actual y el presidente muerto. Sigue resguardando otro equipo antimotín, desde febrero, Miraflores, y la zozobra se hace evidente.

Abundan los militares, abundan las despedidas (las frases hechas: "Tenemos a donde llegar", "Ya casi ni nos veíamos en Caracas"), abunda esa sensación de quiebre, esa literatura sobre migración que grita ¡CÓMPRAME!, ese educarse para largarse. Abunda el cuestionamiento, las preguntas sin respuestas.

En la noche, al llegar a casa, encuentro nuevamente a los policías, leo en sus ojos cansados un día de caza, algo irresoluto que los tortura (que nos tortura). Vuelvo a preguntarme: ¿Cuándo nos militarizaron?



Nos acostumbramos tan rápido, de febrero hasta acá, a ver un montón de guardias que ahora verlos en el metro no es tan sorprendente, o por lo menos no para la gente con lo que he hablado. A mí me abruma. En algún momento pensé que dictadura era no poder expresarte ni moverte con libertad, ahora sé que para lograr eso solo necesitan un elemento, algo sencillo para privarte de todo: el miedo.

domingo, enero 26, 2014

Devaluaron


Me devaluaron
Sé que no soy yo
[Yo, ese pronombre personal  que lo invade todo,
el que legitima mi realidad]
Es el país, me repito.

Ya no creo, ya no valgo
Ya no sé quién soy o en quién me convertiré
[aunque eso venga desde antes:
la angustia]
Nos devaluaron.

Nos han quitado de todo:
horas, medios, deberes y derechos
Valor.
Valor para enfrentarlos.
Es el país, me repito.
No puedo ser yo.

Es la rabia, la impotencia, el miedo,
es sentirte preso en una Ítaca que dejó de ser Ítaca,
que se parece más a una guerra,
Troya
[algún día arderás]
Es querer salir corriendo y no dejar a nadie que te espere.

Mudaré de piel cuantas veces sea necesario.
Aprenderé a usar el gentilicio
intentando rescatar el país de mi infancia,
ese que a mí no me dolía.
Es el país, me repito.
No puedo ser yo.


Esto es EDO y puedes verlo aquí: http://t.co/lNknwffuNw

lunes, enero 13, 2014

61

Me gusta cuando duermes porque sonríes,
el beso de Hipnos reposa en tus labios.
Me gusta despertarme y escuchar “Te amo”,
en un mundo sin ritmo
               te haces música.

Me gusta lo tibio de tu cuerpo por las mañanas
y las tardes en pijamas cuando hacemos nada.
La vida, a veces, es lo simple.

Me gusta cuando abrazas hasta sofocarme,
mi fragilidad se hace corpórea entre tus brazos.
Hay lugares a los que se pertenece.

Me gusta cuando besas y sorbes mis lágrimas,
jugamos a ser Atlas y me ayudas con el mundo.
(aunque el peso nos hunda).

Son miles de cosas las que me gustan
y otras tantas que no.
Me disgustan las cursilerías que llevan estas líneas
 también la mala imitación de Neruda.

No me gusta cuando callas ni cuando estás como ausente,
tampoco cuando se te extravía la mirada.
(Sé del irse de uno mismo)


Yo quiero ser tu cable a tierra.

Me disculpo porque no recuerdo de cuál página bajé esta imagen.

martes, octubre 22, 2013

Sobre la exposición Ciudad Universitaria “Síntesis de las Artes Mayores”

A Adriana Silva, por las oportunidades

El pasado 17 de octubre se inauguró la exposición Ciudad Universitaria “Síntesis de las artes mayores” en la sede de la Fundación BBVA Banco Provincial, ubicada en La Castellana.
Esta exposición surge con la idea de celebrar las seis décadas que se cumplen este año desde que el arquitecto Carlos Raúl Villanueva propuso la creación de una ciudad universitaria, y, aunado a esto, también se cumplen 60 años desde que el BBVA Provincial se encuentra en el país. La muestra convoca a 26 creadores, nacionales e internacionales, que se unieron para transformar los edificios de un proyecto que mezcla de manera dinámica arquitectura, arte y naturaleza.

En “Síntesis de las Artes Mayores” podemos reconocer la importancia de la década de los 50 para las artes plásticas en nuestro país, así como la necesidad de crear un lugar ideal para la formación de nuestros ciudadanos. El concepto, propuesto por la curadora Mariela Provenzali, busca generar un contraste entre el trabajo que realizan los artistas en la privacidad de sus talleres y los trabajos encomendados por el maestro Villanueva. Por ejemplo, observamos en Carlos González Bogen el paso de lo abstracto- geométrico  en sus murales al arte figurativo en su obra Las Tres Gracias, un precioso cuadro de óleo sobre madera. No obstante, podemos reconocer en los trabajos de estos artistas las semejanzas en formas y colores, comprendiendo que el resultado de los trabajos solicitados no se aleja en lo absoluto de sus formas de hacer y pensar el arte.

Para quienes habitamos la UCV la exposición se convierte en una manera de reconocer –volver a conocer– el espacio que moramos; desde la entrada principal del edificio somos bombardeados por la nostalgia al ser recibidos por las Nubes de Calder, como queriendo recordar a quienes han estado debajo de ellas (o a quienes soñamos con realmente estarlo) que en la Universidad Central de Venezuela se extiende otro firmamento.

Cabe señalar que la exposición muestra nuevamente la universalidad de nuestra UCV, siendo una polis abierta a todos, permitiendo que transiten en ella desde la comunidad universitaria (estudiantes, profesores, personal administrativo y obrero, padres y representantes) hasta quienes solo quieren un libro o un disco inconseguible en el Pasillo de Ingeniería, o aqullos que simplemente desean comerse una rica torta de chocolate en el cafetín de Arquitectura.

Nuestra Ciudad Universitaria (sí, nuestra) se transforma en un segundo hogar para quienes la conocen y deciden –luchan a diestra o siniestra para– quedarse en ella, es esa casa que vence las sombras, ese espacio que en muchos casos es donde suceden las primeras veces (primer examen raspado, primera fiesta de Ciencias, primer encuentro, primer beso y hasta primera borrachera) y que se queda tatuado en nuestra memoria estemos donde estemos. Como en el Pastor de Nubes, también en nosotros se reflejan su suelo y cielo.

 “Síntesis de las Artes Mayores” busca despertar la conciencia de quienes estuvieron, están o estarán en la ciudad universitaria (nos recuerda lo imposible que es desprenderse de ella), busca despertar el diálogo entre nosotros –espectadores y protagonistas– y el espacio que estamos acostumbrados a recorrer, haciéndonos ver y conocer la belleza de lo que nos rodea.





Lugar: Sede de la Fundación BBVA, Avenida Principal La Castellana, cruce con calle El Bosque, Edificio Provincial, Piso 3. Caracas. 
(Referencia: Estación Altamira, Plaza La Castellana, subiendo dos cuadras, pasando por la torre La Castellana)

Horario: Lunes a viernes 10:00 a.m. a 3:30 p.m.
                  Domingos: 11:00 a.m. a 3:00 p.m.


ENTRADA GRATUITA.